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El IVA rosa

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Hubo un tiempo en el que cuando a una mujer se le decía “pareces un hombre” con ánimo de reprobarla u ofenderla, ella se lo tomaba como un halago. Fue el caso de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa de Dudevant, a quien nunca le gustó el papel que la sociedad tenía reservado a las mujeres, hasta el extremo de rebautizarse como George Sand. Cuando ella y Chopin se conocieron, al sensible pianista le chocó tanto su personalidad que comentó: “¡Qué antipática, esa Sand! ¿Es verdaderamente una mujer? Lo dudo”. Pocas historias de amor empiezan así.

Ahora, un movimiento feminista francés ha hecho un guiño a la audacia de la escritora, modificando su pseudónimo a Georgette Sand, para encabezar un manifiesto cuyo objetivo es denunciar que las mujeres no están dispuestas a seguir siendo una mayoría minimizada: “¿Es verdaderamente necesario llamarse George para ser tomada en serio?”, entonan. Una de sus principales cruzadas consiste en combatir la tasa rosa, así denominada porque grava los productos dirigidos a mujeres, muy especialmente si vienen en un envoltorio rosa, desde maquinillas de afeitar hasta bolígrafos o guantes. Y no sólo eso, un perfume femenino es más caro que uno masculino de la misma marca, igual que una crema hidratante. ¿Por qué las mujeres son más complejas que los hombres y sus productos necesitan más principios activos, materiales más nobles o mayor inversión de I+D? ¿O por qué en el packaging rosa prima la estética y esta se paga? Puede que en realidad se trate de una especie de discriminación positiva, ya que las mujeres encabezan el impulso de compra con el 80% de las decisiones de mercado. Pero ¿qué lógica hay en que cobremos menos y paguemos más?

De los diamantes rosas al champagne rosé o las botellitas de agua que donan un porcentaje a la lucha contra el cáncer, el rosa sigue siendo identificador de la feminidad –y eso que apenas un 3% de las mujeres afirma que le gusta, aunque lo consuma–, y es a la vez el color del encanto y de lo cursi, de Emily Dickinson o Jane Austen, aunque también de Barbie y las princesas Disney. Un color incómodo, sobreutilizado y polémico, que a comienzos del siglo pasado vestía a los bebés varones recién nacidos. Que se lo pregunten al Real Madrid, que la temporada pasada lo eligió para su tercer uniforme como guiño a sus seguidoras. Descartado por el vestuario tras perder el primer partido en que lo llevaron, luego se verían obligados a recuperarlo en Champions, y con él pasaron de ronda. Otra cosa sería averiguar por qué la camiseta rosa –que costaba igual que las otras dos, la clásica blanca, y la alternativa negra– fue la que más se vendió en sus tiendas oficiales el verano pasado (y no sólo a mujeres). ¿Qué tendrá el rosa, que enciende?

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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