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La caspa del deporte

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El asunto de Gala León, más que un “show mediático”, como lo definió el dios Nadal en Wimbledon, se ha convertido en un episodio tan inmaduro como bochornoso. Empezó demasiado abrupto, en boca de un patoso Toni Nadal que puso en duda, y de qué manera, la idoneidad de la entrenadora cual damisela victoriana: ¡oh, dios, una mujer en un vestuario! Desde entonces se han sucedido cruces de recados a través de la prensa, desplantes, lágrimas y ahora el ridículo internacional, sin comprenderse muy bien por qué el icono de Marca España ha preferido airear los trapos sucios fuera de casa, concretamente en el luminoso césped del All England Lawn Tennis and Croquet Club.

Parece peregrino que la verdadera razón por la que no se le ha concedido ni un minuto de gracia a León guarde relación con su condición de mujer: pondría en duda la ética de la que tantas veces han hecho gala los héroes contemporáneos. La de esos deportistas que luchan contra su propio récord, sufren, pelean y transmiten una suerte de euforia con sus victorias, capaces de engrandecer los sueños de sus seguidores. Pero que también incluyen en sus perfiles egos inflamados y cuentas millonarias. “Nosotros voleamos, nosotros decidimos”, parecen reclamar. Y si las razones de la crucifixión a León son puramente deportivas, deberían explicarse mejor.
No todo es machismo: ¿por qué no hubo diálogo desde un primer momento, cuando los tenistas no están obligados a jugar la Copa Davis, ni en nómina? ¿No fue una designación arbitraria y cosmética de cara a la galería para lucimiento del presidente, que se opuso a la candidatura preferida por los jugadores, la del extremista de élite Juan Carlos Ferrero? Pervive una dudosa ética en los sillones de las federaciones deportivas. Me refiero a actitudes caciquiles perpetuadas por intereses espurios que se mueven en la misma dirección que el dinero. Las jugadoras de la selección nacional de fútbol –recientemente eliminadas del Mundial– tuvieron que soportar las grimosas órdenes de su seleccionador, que igual les explicaba una jugada que les decía: “A ver quién hace de mujer y me pone el café”. Pesos pesados del fútbol español, como Del Bosque, minimizan el asunto, con complicidad, y Villar calla. Pero ¿cómo pueden tratar con ese desprecio a una profesional –a diferencia de muchos de ellos que no lo son– que ha luchado y se ha sacrificado por representar a su país? Ni buena fe ni paternalismos.

El deporte español aún necesita champú anticaspa: la del machismo, sí, pero también la de los cargos vitalicios que se sientan en una silla durante más de treinta años, porque lejos de ella serían unos auténticos desconocidos, incluso para ellos mismos.

(La Vanguardia)

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