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Surrealismo procesal

toulouse lautrec 021

“A veces me pregunto qué pensaría de todo esto Dalí si estuviera vivo”, dice Oscar Tusquets ante un plato de alcachofas y setas de la cocina de Ramon Freixa. El día anterior, jueves, había recibido el premio Honorífico de la revista Interiores, en su tercera edición, en el hotel Palace de Madrid. Lo recogió remarcando la catalanidad de su árbol genealógico, para terminar diciendo: “No nos abandonéis”. Llegó a la mesa emocionado, el público en pie. Y una corriente melancólica pasaba de mesa en mesa, un pellizco de espanto al contemplar a un artista, a un creador que ha tocado altísimos techos, desnudo de certidumbre y con los ojos brillantes.

Dalí aseguraba que la revolución surrealista era ante todo una revolución moral. En un libro que he rescatado durante estos días de surrealismo ciudadano, Literatura catalana d’avantguarda (1916-1938) (Joaquim Molas), releo una conferencia suya en la que afirma: “Que los que persistan en la amoralidad de las ideas decentes y razonables tengan la cara cubierta de mi berberecho”. De los infinitos chistes virales, hay uno bien hallado: “Ha sido desenterrar a Dalí y volverse todo surrealista”. Y, en verdad, el devenir de la república independiente tiene algo de cadavre exquis: esos ejercicios poéticos con agregación de versos y sin otra unión que el libre albedrío. Breton, Desnos, Tzara, Éluard y compañía creían en la creación grupal, espontánea, irracional e incluso automática, adjetivos que describen a la perfección la crisis catalana. El procés ha fracturado la lógica, la secuencia del tiempo: del sí pero no, al ahora no, ahora sí, ahora te cito, te pospongo, me sublevo, te fulmino. Un gobierno central inflexible, un presidente incapaz de hallar una tercera vía y que quiere salir fortalecido de esta debacle que se ha cocido a fuego lento, por un lado, y los gritos de “traidor” que tanta vergüenza nos producen, por otro, reflejan la profunda fractura de la razón en pos de los ideales. Nabokov detestaba el exceso de sentido común en la ficción, y en su Curso de literatura europea (RBA) afirmaba: “Es fundamentalmente inmoral, porque la moral natural de la humanidad es tan irracional como los ritos mágicos que se han ido desarrollando desde las oscuridades inmemoriales del tiempo. El sentido común, en el peor de los casos, es sentido hecho común; por tanto, todo cuanto entra en contacto con él queda devaluado”. Y lo ilustraba matizando que él se descubría ante al héroe que salvaba del fuego al hijo del vecino, pero que le estrecharía la mano si arriesgaba cinco minutos para salvar su juguete preferido.

Es un gran ejemplo, aunque válido únicamente para la literatura, dado que el peligro real poco entiende de peluches. La contienda no ha podido calibrar su impacto en las diferentes maneras de ser o sentirse catalán, o español. Porque no sólo hay dos. Estos días se ha escrito una gran crónica surrealista, en la que millones de ciudadanos han manifestado temor ante el abandono de la realidad por parte de sus represen­tantes.

Publicado en La Vanguardia

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