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Amiga, date cuenta

Ni las nuevas leyes, ni la educación para la igualdad, ni el #MeToo han logrado quebrar la granítica idea de que una mujer con poder es alguien sospechoso. Una bicha pérfida, manipuladora y trepa que urde y enreda tramas a su alrededor, como aquella marquesa de Merteuil desnudada por Choderlos de Laclos. Si además ocupa un puesto destacado en el espacio público, se la acusará de reinona engreída; y sobre todo, se buscarán con ansia errores en su discurso o sus zapatos.

También se la hará pagar por una autoestima espabilada poniendo en duda su “porque yo lo valgo”. Y sus detractores tramarán mil y un ardides para que se arrodille, pues su humillación se les antoja un banquete gourmet. La moral comúnmente malpensante, más vieja que el guirlache, seguirá preguntándose “¿qué habrá hecho para llegar hasta ahí? ¿Con quién se habrá acostado? ¿A qué amo sirve?”. Y, una vez más, se señalará a un varón como su hacedor, cual Pigmalión.

¿Qué habrá hecho para llegar hasta ahí? ¿Con quién se ha acostado? ¿A qué amo sirve?

Así ocurre con dos mujeres antagónicas ideológicamente, Isabel Díaz Ayuso e Irene Montero, que generan toneladas de odio. Activas en las redes, muestran su personalidad sin aditivos, libres del síndrome de la impostora. Y eso desagrada, porque todavía se le exige falsa modestia a la mujer, mezclada ahora con el buenismo woke. Ambas ejercen de influencer –Montero con su pijismo naif, Ayuso con su chulería macarrilla–, subvirtiendo los clichés estéticos que se les supone por su ideología. No hay día en que no sean trending topic o se viralice un mensaje suyo, y por tanto, ejercen una fascinación que condimenta las noticias. Sus nombres van acompañados de polémicas y memes, aplausos y descalificaciones hasta extremos asombrosos.

Y, por supuesto, las dos le deben su suerte a un hombre: nadie parece dudar que detrás del éxito de la presidenta de la Comunidad de Madrid está Miguel Ángel Rodríguez, autor intelectual de sus pasos; igual que se da por hecho que Irene Montero llegó a ministra por ser la pareja de Pablo Iglesias, cerebro en la sombra del corifeo femenino podemita.

Y es que hoy, las ideas, los proyectos y programas no importan tanto como despertar el odio hacia el contrario. El rival. El enemigo. Al que, sin entrar en análisis, se le atribuye una descalificante maldad intrínseca. La del sectario, el demagogo, el felón, el corrupto, el rojo o el facha. Ese no-hacer política que exalta a los ciudadanos hasta lo irracional, apelando a una sentimentalidad ciega y consigue que el odio, agarrado a las tripas, colonice tanto las redes como el parlamento, sin olvidar los medios ni los juzgados.

El 8-M, Díaz Ayuso propuso la creación de un día del Hombre, evitando entrar en cualquier profundidad sobre el origen del día de la Mujer –antaño trabajadora– y, en cambio, alertando sobre la enorme serie de desgracias que padecen los hombres. Se le olvidó añadir que respetados estudios científicos asocian masculinidad y conducta temeraria: desde adicciones y accidentes a la práctica corrupta, política o empresarial.

Ahora, en sus días de gloria y tardeo cañí, el PSOE pide su dimisión porque una ola de investigaciones ha aireado las malas prácticas de su enriquecido novio. Y el Feijóo feminista clama: ¿cómo van a juzgarla a ella por los trapicheos de su chico? Le hemos dado la vuelta al misógino “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. Aunque que el pueblo, en cambio, siempre rinda cuentas. Ya se lo advirtió Irene Montero: “Amiga, date cuenta”.

Artículo publicado en La Vanguardia el 15 de marzo de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

Un comentario

  1. Emilio Emilio

    “Aquéllos q constituyen el gobierno del pueblo conocen a sus ciudadanos como una enorme mancha sin mirada ni sonrisa, provista de confusos relieves q recogen entre el gentío cuando acuden a sus mítines. La verdadera crónica política consiste en explorar la razón y la emoción de aquello y aquellas encargados de gobernar. Ese rostro privado es el que influye más decisivamente en su rostro público. Y, salvo contadas excepciones, siempre lo esconden.” Tan actual como la editorial de Woman, junio 1995

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