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A pie de calle

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Dice que ante el espejo ve a una mujer de 57 años con la historia que ello comporta. Y que de su rostro le gusta casi todo, también su cabeza por dentro. Respira el pálpito de la calle, bien alejada de los sillones verticales en despachos caoba, porque M.ª José Lecha es mujer de sentarse con las piernas cruzadas. Su olor preferido es a naranja y madera. Su planta, la retama; su color, aceituna; su canción, Cançó de fer camí, un poema de Maria Mercè Marçal. Define su estilo como “natural”, y no considera la política como un oficio. Lecha desprende las libertades anidadas en el pedaleo de asamblea y las movilizaciones plurales donde perroflautas, 15Mistas y demás nombres compuestos cuestionan la política con corbata.

El ademán de Lecha es propio de quien no entiende de modas -ni quiere-. Desafía la hipermodernidad con sus camisetas de colores, la coleta que parece hecha sin mirarse en el espejo y sus gafas de pasta anaranjadas. Parece decir: “Lo que veis es verdad, aquí no hay dobleces ni caras B”, ni una imagen pública ni otra privada, aunque defienda a ultranza su derecho a la intimidad. Su compromiso social transpira bajo su fiel fular enroscado al cuello, con ese aire progre que le habrá ayudado a enfrentar protocolos melifluos en el hospital de Sant Pau. De su experiencia profesional habrá escuchado infinitas historias difíciles: “El dolor de los otros provoca empatía”, asegura. Si atendemos a su expresión, lo primero que se aprecia es que no abunda en tablas mitineras. No vende experiencia, sino convicción. Frente al discurso-rodillo habitual en campaña, ella a veces titubea, habla muy despacio -incluso demasiado para nuestros tiempos cardiacos-, y aun así comunica. Su tono es bajo, y ello contrarresta la radicalidad de su discurso, bien alejada del tópico de “la extremista dando gritos”. Pide más libertad en la calle -“las libertades que reivindico darían para llenar entrevista enteras-, incluso para quienes quieren vender su cuerpo. De las prostitutas ha aprendido “la dignidad en la exclusión”.

Lecha creció en el barrio de Hostafrancs y ahora vive en Fort Pienc, popular en el mejor sentido de la palabra: “Que es peculiar del pueblo o procede de él”. Y no se cansa de repetir que huyó despavorida de una vivienda en la avenida Gaudí debido a la masificación turística que ahora combate políticamente. La suya es una política de boca a oreja, de escalera de vecinos y autogestión: de defensa de lo público y límites a lo privado. Una política reverdecedora, que recuerda aquella lección de Nietzsche sobre lo que en verdad importa de un árbol: la mayoría cree que es el fruto, cuando en realidad es la semilla. Pero las semillas arraigan difícilmente en el cemento.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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