El ir y venir de pasos y equipajes reproduce el coladero humano que sintetiza una estación. Los trenes nocturnos saturan novelas y películas, reproduciendo la escena universal de amor, separación y muerte. En ellos cristaliza con esa mezcla de dulce sopor y cabeza recostada la auténtica idea del sueño. El AVE Barcelona-París llega en un momento afanoso. Histórico también: la determinación de la consulta como un sueño posible, agitando el antiguo debate del derecho a decidir. En El dret d’escollir de Brian Clark, que dirigió e interpretó Josep María Flotats en el Poliorama hace ya más de dos décadas, Mateu Artigues, el protagonista, razonaba ante el juez que “cualquier definición razonable del hecho de vivir incluye la idea de la autosuficiencia”.
Autosuficiencia e independencia igual a suicidio colectivo, dicen los unionistas, todos aquellos que consideran la voluntad de querer devenir Estado, y Estado libre, como una especie de eutanasia. Pero una gran parte de los catalanes desean ser desconectados de la máquina de España. De sus mecanismos inalterables, del agónico aliento que obliga a monitorizarle pulmón y corazón. Mal negocio posponer cualquier debate sobre el derecho a escoger, y más en una gran Europa en la que, desde la caída del Muro, se han movido la mitad de sus fichas: todas las antiguas repúblicas soviéticas; Bosnia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia, desgajadas de Yugoslavia; Chequia y Eslovaquia… Y veremos Escocia. Unos tienden al provincialismo, otros a la identidad global. Pero la experiencia en otros países ha demostrado claramente que a pesar de que las fronteras se muevan, los vínculos entre habitantes apenas se alteran. Los raíles ya están.
considero que es una muy buena aportación para quienes pensamos que la cultura local se debe respetar y no se nos debe imponer una ideología o forma de vida externa.