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El buzón está lleno

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Cuando en la bandeja de entrada del correo aparece este mensaje, la sensación de ingravidez que procura internet se desvanece. El usuario común, y poco previsor, se siente atrapado por el juego de producir caducidad. De golpe es consciente de que ha ido acumulando memoria y el programa, que ya no admite más almacenamiento, amenaza con la parálisis, advirtiéndole de que quedará incomunicado si no borra mensajes.

Es frecuente que, ante esta situación de colapso digital, un rapto de pesadez nos invada, debatiéndonos entre la premura de continuar hacia delante, a la búsqueda de lo nuevo y prometedor, o mirar atrás para limpiar. ¿Por qué borrar se trata de un gesto fastidioso para algunos, y de un sentimiento reconfortante para otros? Revisar lo anterior, marcarlo y eliminarlo del buzón resulta incluso más farragoso que hacer limpia de las cartas del banco el sábado por la mañana, o que ordenar cajones y estanterías, actividad que procura un henchido sentimiento de eficacia gracias al reencuentro material con pequeños objetos olvidados… A nadie le gusta relacionarse con la basura, claro, aunque sea la suya. Y a pesar de que las directrices de los coach para vivir conscientemente cada momento de la vida se impongan -con esos sermones de que toda acción es única y tiene su sentido, que hay que amar el presente y bla bla bla-, no he conocido a nadie que sienta que bajar la basura sea una vivencia gozosa, sino apestosa.

En Los emigrados, el admirado W. G. Sebald contaba el caso de un pintor (Frank Auerbach en la vida real, Max Ferber en la novela) amante incondicional del polvo. “El polvo le importaba mucho más que la luz, el aire y el agua. Nada le resultaba más insoportable que una casa en la que limpian el polvo, y en ninguna parte se encontraba mejor que allí donde las cosas pueden reposar a su aire y en paz bajo la escoria gris y sedosa que se forma cuando la materia soplo a soplo se disuelve en la nada”. Nos cuesta borrar e-mails, acaso porque la pátina del pasado, que conforma una nebulosa irreal, nos hace compañía, como al personaje de Sebald. Seleccionar y eliminar mensajes del teléfono o del ordenador representa una condición indispensable para continuar hacia delante. Mientras que un buzón postal lleno es un síntoma inequívoco de abandono, la acumulación digital mide la hipercomunicabilidad del individuo. También su éxito social. El insistente aviso de que el buzón está “casi” lleno vibra como una metáfora de la condición humana: somos finitos, y estamos obligados a administrar nuestros detritus y vaciar la papelera, porque en verdad, cuando lo hacemos, sentimos como si nos prorrogaran nuestra existencia (digital).

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

52 comentarios

  1. amelie amelie

    Me encanta recibir correos, y guardarlos, y borrarlos y sentirme saturada y liberada. Me encanta porque eso es señal de movimiento. Y sólo el movimiento es vida

  2. Maricela Sotelo Maricela Sotelo

    Hay niveles de importancia en los correos por tanto se deben usar, es por eso que debemos eliminar los que ya no nos aportan ningún beneficio, de otra forma hay quienes guardan o acumulan demasiados correos pensando en que algún momento puedan serles de utilidad pero si siquiera recuerdan que lo guardaron en alguna carpeta, mejor echar un vistazo al correo y eliminar lo que ya no nos serviá. Comparto la misma opinión de mi compañero Miguel Arriaga.

    Lo que no se ha usado es porque no tiene damasiada importancia y por lo tanto no se usará

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