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En el reino de la moda

Sobrevuela la costura una bandada de cuervos como si aguardaran su suicidio. Ocurre desde que hace cinco años, con la muerte de Saint Laurent, se finiquitara el modelo clásico de couturier -y clásico también significa atormentado-. Los diseñadores italianos siempre fueron otra cosa respecto a los franceses, algo parecido a la diferencia entre ser inteligente y ser listo. Audaces en el negocio y en el marketing, convirtieron Milán en la capital del estilismo mientras a París se le exigía que siguiera inventando siluetas en su taller universal. En la última década, a la moda la ha remendado Asia gracias a la fiebre marquista de una nueva sociedad basada en la meritocracia y los logos. Y a las tendencias las ha socorrido el siglo XX. Reinterpretar los códigos del pasado, aumentar el ansia de belleza y mantener e incluso disparar las ventas. Esa ha sido la fórmula de los holdings del lujo: pasado, deseo, dinero. Y la clave de la formidable campaña mediática orquestada para salvaguardar el patrimonio de la Gran Francia: las maisons Dior y Saint Laurent, resucitadas con nuevas estrellas.

“Al fin volvemos a tener moda en mayúsculas”, coreaba el público enaltecido dentro de la caja blanca que recortaba la cúpula del Hôtel des Invalides. Era el debut prêt-à-porter de Raf Simons, un belga ataviado con chaqueta de mezclilla, en las antípodas de su antecesor, el agitado Galliano, quien estampó el nombre de Dior en las alfombras rojas y lo ahogó en el escándalo. “Estoy reconsiderando el concepto de minimalismo, y puede ser sensual y sexual”, aseguraba Simons al tiempo que la prensa anunciaba la llegada del modernismo del siglo XXI, cincelado con pureza y curvas. Secretos y alborozos en el Petit Palais, a oscuras, rodearon la colección inaugural de Hedi Slimane al frente de Saint Laurent. Tanto es así que el creador ha sido bendecido por la reina madre, Pierre Bergé (quien fue pareja de Yves y cofundador de la marca), que hasta ahora había despreciado a los advenedizos. “Sublime, Slimane sí respeta los códigos de la marca”, dejó dicho. Sahariana y esmoquin, sí, clásicos en versión rock.

A pesar del sofisticado imperio de la moda y su poder de influencia, desde hace varias temporadas no se lograba huir de un guión tedioso y escapista -que este invierno rinde tributo ¡al barroco!-. La claustrofobia repetitiva se excusaba en lo comercial a la par que susurrábamos: “¡Crisis de ideas!”. Probablemente esa sea la razón por la que Slimane trasladará el estudio creativo de YSL de la Rive Gauche parisina a Los Ángeles. Porque ni la moda se suicida ni la imaginación está en crisis, sólo Europa.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. ¡Bravo, Joana!

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