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Gent gran

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Aguardo con delicia las Notas de edición que me manda este periódico, no solo por curiosidad filológica sino porque al actualizar el lenguaje, también se clarifican las brazadas del mundo. Si se nos alerta del abuso de palabras como ‘millennials’, ‘prémium’ o ‘intensificar’, que se han enganchado igual que lapas a nuestro discurso, hay que asumir que su acomodo es un síntoma del espíritu de franquiciado que nos acecha. Que te subrayen el matiz entre gestación subrogada y maternidad subrogada (que correspondería a la crianza) es un claro indicativo de las mudas que adquiere la actualidad. Las antiguamente llamadas “normas de estilo” capturan en tiempo real el habla mediática y/o popular, y asimismo son un espejo de las nuevas necesidades expresivas. De ‘Brexit’ a ‘perro rabioso’, o el sustantivo compacto y normativo de ‘sintecho’, el lenguaje brota de la urgencia del vivir o de la ocurrencia pegadiza –por ejemplo, mileurista–, y una vez reflexionado por sus técnicos, toma una voz entre otras: a poder ser la más honesta, y por tanto la más exacta. La más correcta, aunque lo políticamente correcto amenace al propio lenguaje.

Entre estos correos, me llamó especialmente la atención el que se refería al uso de la palabra anciano. Decía así: “Anciano: alerta con esta palabra, si no se trata de una persona de edad avanzada (más de 80) y con las facultades disminuidas: cuarta edad. Siempre es más elegante hablar de ESP: jubilado, persona mayor, tercera edad, una mujer de 75 años. CAT: jubilat, gent gran, tercera edat, una dona de 75 anys, un avi…”. Lo primero que pensé es que como puede diferir tanto el peso de la palabra “abuelo” para referirse a una persona mayor (y además, casi siempre a gritos) de la catalana “avi”, que evoca las habaneras y el fuego de leña. Pero en seguida centré el asunto: cuán chocante sería llamarle hoy anciano a Mario Vargas Llosa o anciana a Sofia Loren, y con que prisa nombramos así a aquellos que no tienen foto ni caché, tan solo edad.

Las personas mayores son acaso el grupo más invisible de nuestra sociedad, que en cambio envejece sin freno, a punto de convertirse en una gerontocracia. No todos son buenos, pero muchos de ellos siguen ávidos de experiencias. Atesoran la eternidad del momento. Se ríen con mayor facilidad que los jóvenes vetustos, también son más desinhibidos, te miran a los ojos, y no amagan el sentimiento. Su opinión siempre contiene un ángulo, igual que un calzador que facilitara el encaje de las ideas, aunque se repitan. ¿Quien no lo hace? Detesto que se les utilice para hacer chistes, para reírse de su lentitud o su desapego al presente, porque me gusta escuchar a los viejos livianos de chaqueta de punto con coderas, o a las octogenarias que calzan deportivas y se pintan los labios. Su lúcida testarudez escapa a cualquier etiqueta. Tienen años, sí, pero no son ancianos.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Eso me recuerda la frase de un filósofo indio que hubiese podido firmar el mismísimo Peter Pan. “Bienaventurado todo el que ha llegado a viejo sin hacerse mayor”

  2. Siempre emocionante, siempre avanzada, siempre sembrando reflexiones y nuevas ideas. El mundo está cambiando, y tú acabas de poner el punto sobre la i. Se acabó utilizar un lenguaje que aisla, que abandona, que crea miedo e inseguridad. Vamos a hablar desde la vida, desde el amor y la amistad. Gracias, Joana!

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