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OK

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Cuántas veces hemos recibido un mero “OK” como respuesta a un correo amable y detallado en el que tuvimos la delicadeza de interesarnos por nuestro interlocutor, y en el que formulábamos además alguna pregunta? Qué frustración nos inflama ante ese dique que frena en seco el fluir de las palabras y nos las arrebata. E-mails lacónicos y descorteses, perezosos o abruptos, se cruzan en nuestra pantalla reduciendo la comunicación escrita a un “sí”, un “no” o un “ya vemos”. “¡Qué borde!”, nos decimos. Desde el lugar de la comprensión, aunque sobre todo el interés en que nada, o poco, nos disturbe, pensamos que el destinatario de nuestro argumentado mensaje estará muy ocupado, que su medida del tiempo es distinta a la nuestra, que tomarse cinco días para contestar es un reflejo de su personalidad abrumadora o flemática.

Hay casos peores, en los que la respuesta nunca llega. El correo electrónico, ese canal de comunicación que ofrece garantías y credibilidad en el orden social –“Déjalo escrito por e-mail”, nos recomiendan en el trabajo–, determina muchas variantes de la personalidad de quien lo escribe. Así lo argumentan los autores de un estudio realizado por la Universidad del Sur de California y Yahoo Labs que, sobre la base de 16.000 millones de correos electrónicos, utilizaron algoritmos para extraer datos sobre los tiempos de los mensajes y el número de palabras contenidas en sus respuestas.

Entre sus conclusiones revelan que la longitud media de una respuesta es de sólo cinco palabras, y que el 90% de estas se envían en el límite de las 24 horas. O que, cuanto más jóvenes son los usuarios, más rápidas y breves. A los nativos digitales nadie les gana a inmediatez, precisamente la mayor cualidad de la comunicación electrónica a diferencia de la postal, pero al monosílabo de un chico de veinte años una mujer madura responde con una media de cuarenta palabras. Los mayores de cincuenta van más al ralentí y les cuesta casi una hora darle al botón, mientras que los adolescentes tardan menos de trece minutos para emitir una señal, por breve que sea. Nuestro comportamiento virtual informa del veloz desapego que mantenemos. Las conversaciones electrónicas suelen empezar con garra y ritmo. Hay voluntad de intercambiar algo: conocimiento, información, negocio, amor.

(La Vanguardia)

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