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Islam con rímel

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En los centros comerciales del Golfo, no-lugares tan plastificados como cualquier otro mall espantosamente clónico y global, se venden productos occidentales a toneladas. Ahí están nuestros Zara, Mango y Desigual, los gigantes Apple, Starbucks o Nike, el glamur de Carolina Herrera o el surtido de mantequillas francesas de Carrefour. En las tiendas de Marks & Spencer, las clientas locales se afanan por encontrar fajas de tallas grandes y zapatillas apeluchadas. La imagen es poderosa: mujeres cubiertas de la cabeza a los pies sostienen en sus manos perchas con bustiers y bragas de blonda. Sólo nos asombra a los turistas; para el resto no es una escena vistosa. En una ocasión, en Doha, conversé en un baño con una mujer cubierta: se quitó el velo y dejó al descubierto un recogido tocado con una orquídea, a lo Billie Holiday. Iba maquillada a lo estrella de rock, con los labios perfilados y un eye liner kilométrico. Le comenté, admirada, que era una pena que tuviese que taparse, aunque ella no lo lamentaba. Así había sido educada, como si aquel espectral ropaje negro la protegiera en lugar de oprimirla. “Quien me quiere mirar, puede verme”, me respondió con una mezcla de misterio y orgullo.

Aquella mujer, igual que sus vecinas, compraba desde hacía años en tiendas de lujo made in France tanto los bolsos icónicos de la temporada como productos exclusivos para musulmanes. Ni usted ni yo los veremos expuestos porque abunda la tendencia de no publicitarlos: sólo los ofrecen a quienes entran con abaya y pañuelo, tout discrètement. Ese halo clandestino informa acerca de la hipocresía social que nos ampara. Por ello resulta una polémica forzada la que ahora abre la ministra de la Familia del país vecino, Laurence Rossignol, acusando a varias firmas textiles de doblegarse a la cultura islámica al adaptar leggins, túnicas e incluso bikinis a sus “códigos”, cuando esto la flor y nata del lujo francés lo lleva practicando desde hace décadas.

Rossignol ha prendido un asunto culturalmente inflamable. Las principales consumidoras de alta costura, las que se sientan hoy en las primeras filas de los privadísimos pases del Grand Palais, son mujeres árabes. Nadie se ha quejado de ello. Pero cuando el low cost europeo se adapta a las demandas de la población musulmana, el mensaje preocupa: ¿acaso porque ya no es sólo una élite quien se cubre la cabeza con pañuelos fashion sino una clase media que quiere adaptar el estilo global occidental a su moral islámica? El asunto tendría que ir más allá de la ingenua complacencia de la moda. ¿Por qué lo que es aceptado en la vida privada es censurado en la vía pública? La única manera de entender bien un código es descodificándolo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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