Hay contertulios que, condescendientes con las mujeres que debaten, insisten en psicologizarlas, y continúo con el programa de La Sexta del pasado fin de semana: “¿Por qué estás siempre tan enfadada?”, le preguntaban a Tania, pareja de Pablo Iglesias, acusada de hacer publicidad gratis a Podemos. Son recursos para investir de superioridad su discurso y desautorizar el tono combativo que remueve a estas aguerridas políticas y tertulianas treintañeras que han barrido los complejos y nada tienen que ver con generaciones anteriores, llámense Luisa Fernanda Rudi, Trinidad Jiménez o incluso Sáenz de Santamaría. Apenas se les nota el paso por la sala de maquillaje, y aunque lleven papeles casi ni los miran. Hablan de corrido, sin muletillas, y se ponen chulas cuando las interrumpen o las ignoran. No huyen del cara a cara ni se callan casi nada, como hace una de las maestras de esta escuela, la periodista Ana Pastor. Preparadas, con un desarrollado olfato social, acostumbradas al mileurismo, saltaron de Doctor en Alaska a The wire; nunca fueron modositas ni estamparon carpetas con los chicos de Sensación de vivir, más bien teenage riots a quienes aún les quedan marcas de piercings y tatuajes.
En una ocasión, hace ya una década, me invitaron a uno de los primeros 59 segundos, junto a Carlos Carnicero y Pedro J., entre otros. Lo pasé francamente mal. “¿Qué hago yo aquí?”, me preguntaba durante las dos interminables horas de grabación, en las que incluso tuve tiempo de aburrirme. Llevarles la contraria a aquellos colegas tan excitados y enrojecidos era como entrar en la jaula de los leones. Aunque, si hubieran estado allí Carmen Morodo, Ana Pastor, Mònica Oltra, Ada Colau, Carolina Bescansa o Tania Sánchez, seguro que se hubiera ablandado aquel intenso olor a testosterona.
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