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El gran malentendido

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Hemos aprendido a soportar la división entre el ser y el parecer, a resignarnos ante las nuevas formas en que repta la soledad, incluso hemos acabado aguantando a esos diosecillos encumbrados por las audiencias. Pero no hay hígado capaz de metabolizar la larga lista de sinvergüenzas con cargo que han abierto la mano para quedarse con aquello que no les correspondía.

Recibo un correo que solicita su difusión. Se titula “la denuncia silenciosa” e incluye un listado donde figuran 127 políticos españoles imputados por prevaricación, falsedad documental, corrupción urbanística, malversación, blanqueo o tráfico de influencias. Algunos nombres son populares, como los de Camps o Matas, y otros menos; eso sí, proceden de toda la geografía española de Alcobendas a Salou y de Pontevedra a Murcia.

El goteo diario en los medios nos hace incapaces de digerir tantos sobresueldos y cuentas en Suiza, al tiempo que asistimos al desplume de nuestros honrados vecinos con “preferentes” y otras intoxicaciones bancarias. La generalizada corrupción se ve ahora redondeada por esa cutre teneduría de libros que ha publicado El País, encendiendo la mecha social por la jerarquía de los implicados.

Porque mientras todo eso ocurría en el vértice de la pirámide del poder, el ciudadano de a pie aprendía a rebajarse el precio, moderar posiciones y ambiciones, y considerar aquello que tan admirablemente sostenía Camus: jugar es un riesgo. Me lo recuerda Gemma Cuervo con su catalán de Reus en el coche que avanza de madrugada por el norte de Madrid. Volvemos del estreno de El malentendido, protagonizada por su hija Cayetana Guillén Cuervo y Julieta Serrano. Volvemos de un deseo hecho realidad. “Papá, quiero hacerte un homenaje, ¿qué te gustaría que te dedicara?”, preguntó la hija al padre muy enfermo. “Revisa El malentendido de Camus, es oportuno recuperar su valor crítico”, le respondió. Y lo hizo: conseguir los derechos, entrar en el papel que interpretó su madre cuando la llevaba en el vientre, salir del ensayo para ir al hospital, traspasar, y de qué manera, la cuarta pared sacudiendo el dolor del personaje a cuchillazos. El gran actor no llegó al estreno por catorce días. Pero en el Valle-Inclán se pudo respirar el eco de su antiguo sueño.

El estreno coincide con el centenario de Albert Camus, el intelectual comprometido con su tiempo y dotado de una capacidad extraordinaria para bajar hasta las profundidades del ser humano sin poesía ni moralinas. El que en su discurso al recibir el Nobel dejó bien claro que su propósito no era rehacer el mundo sino impedir que el mundo se deshiciera. El que alertaba de que los poderes mediocres, herederos de una historia corrompida, podían destruirlo todo. Camus es un mito sí, pero capaz aún de recordarnos que no podemos seguir soportando todo este gran malentendido.

(La Vanguardia)

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