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Agosto 2011

Mujeres infieles

No estoy de acuerdo con algunas declaraciones del reportaje sobre la nueva infidelidad que publicamos en este número. Me ocurre lo mismo que con el regreso del corsé; a pesar de que se trate de un capricho artificioso de quienes agitan en su imaginario la cintura de María Antonieta con el neorrealismo y el burlesque y, aunque en la revista haya que dar fe de las tendencias, la mayoría de las mujeres de a pie nos soñamos cada vez más leves y menos disfrazadas. La moda, en su permanente revival, juega temerariamente con los símbolos de aquello que entendimos como liberación. Una palabra que puede dar lugar a diversos malentendidos, como se demuestra en el caso de las «liberadísimas» agencias que promueven una relación sexual, fuera de la pareja, dicen que para reavivar la llama y recuperar la autoestima.

Cierto es que hasta los 40 años, y así lo demuestran las investigaciones de la antropóloga Helen Fisher, las mujeres son tan infieles como los hombres. También sucede que no siempre la atracción sexual emprende el mismo camino que el amor romántico. Pero los científicos no tienen dudas: los matrimonios duraderos son buenos para la salud, alargan la vida y previenen de enfermedades corrosivas, como la soledad. En las antípodas de las relaciones líquidas, chispeantes pero a la vez agonizantes, y lejos de los golpes de adrenalina que tersan los pómulos y enrojecen los labios, existe el sueño de un largo amor. Como el largo periplo que los viajeros de antaño entendían como una forma de conocerse a sí mismos. Cuando todo fluctúa, y el mercado anuncia la concupiscencia con el mismo glamour que un bolso, no hay mayor transgresión que reivindicar la fidelidad, primero hacia uno mismo y después hacia el otro. A veces, en nuestra ansiosa quimera, pensamos que en algún lugar del mundo el amor ideal nos está esperando. Pura fantasía. Las pasiones incendiarias se parecen a los libros que enganchan y de los que al cerrarlos ya no recuerdas de qué iban —«vaya mierda de libro que no te deja dormir», decía Verdú en el homenaje que recibió en Santander—. Al margen de juicios morales y de walks on the wild side, qué pequeña grandeza la de las parejas que, en lugar de menguar, crecen con el tiempo, y no necesitan corsés para seguir recorriendo los infinitos centímetros de su piel.

Jackie en Capri

Hay lugares que poseen la fuerza del mito. Como Capri. Un vapor emerge del recodo de la bahía y deja el paisaje suspendido mientras las mujeres, con sus breves túnicas, pasean una elegancia verdadera: simples y perfectas. Ahí está La Parisiense, por donde desfilaban todas las divas de Hollywood en aquellos tiempos en que la Bardot se encerraba en Villa Malaparte con Godard. Apenas cincuenta metros de tienda fueron capaces de exportar a todo el mundo los célebres pantalones Capri. Pero en esa isla refinada, donde los revolucionarios rusos jugaban al ajedrez y Simone de Beauvoir y Sartre tomaban un macchiato en la piazzeta, pervive la huella de su icono más revelador: Jacqueline Kennedy. Diego Della Valle —propietario de Tod’s— y su hermano Andrea, hábiles emprendedores y generosos mecenas, patrocinaron la exposición que muestra cuan imperecedero es el estilo cuando es auténtico. Los pies descalzos, acaso unas sandalias capreses, una camiseta ceñida y sus míticos pañuelos, magistralmente anudados a la cabeza. «Su presencia era maliciosamente divertida», dijo de ella Gore Vidal. Las fotos de Settimo Garritano, que la siguió durante unos años, demuestran a partes iguales divertimento e inteligencia.

(Marie Claire, agosto de 2011)

Publicado en Mi Smythson

2 comentarios

  1. Siempre buscamos el amor perfecto. El momento perfecto. Eso sí que existe…aunque por desgracia suele ser efímero.

  2. Siempre buscamos el amor perfecto. El momento perfecto. Eso sí que existe…aunque por desgracia suele ser efímero.

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