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Placeres despaciosos

En Santander, de 13.30 h a 16.30 h se para el mundo. Una calma tan translúcida como su bahía recoge el pensamiento y una mano indolente todo lo cubre, de la misma forma que las sábanas blancas resguardan los muebles en las casas cerradas. Los días, lejos de indigestarse, se balancean, porque el paisaje del norte no se entiende sin una mecedora ni las amplias cristaleras que ensalzan uno de los ejercicios más comunes de la gente: contemplar. Aquí aún se mira tras el cristal. El verano no se entiende sin una chaquetita y ni la llegada de las mañanas cálidas impide que se almuerce cocido montañés. Razones de peso para abstraerse y, como defendieron los protagonistas de un encuentro sobre el ensayo en Santander, pasear conversando. La semana pasada, en Santillana del Mar, se celebraron las jornadas Lecciones y Maestros, un espacio de fraternidad intelectual, dijeron, para profundizar en la obra de tres pensadores bien distintos: Carlos García Gual, Santos Juliá y Vicente Verdú.

Puro exotismo o elitismo sublime. Porque en tiempos de palabras cortas y conciencias de 140 caracteres, es un auténtico exotismo reivindicar a Homero o a Epicuro como hace el filólogo García Gual, que con su proverbial humildad sentenció: «Soy diverso y frívolo, un maestro en minúsculas». Defensor de servirse de los clásicos para afrontar el futuro, también insistió en la importancia de la fábula: «No están de moda, pero fueron decisivas en la mentalidad de Occidente. La Fontaine me parece un tipo extraordinario, cuando le ofrecieron un título nobiliario él quiso ser sólo guardabosques». Animados por el editor Antoni Munné y la profesora Victoria Cirlot, y bendecidos por la suave temperatura con la que casi todo parece posible, los asistentes defendieron el aprendizaje de la despaciosidad: una lectura lenta y amorosa que tiene que ver con la comprensión y la sensibilidad. Que nadie que sepa hablar sea callado, dijeron. Y así fue. Con Santos Juliá se habló de las tradiciones derrotadas (socialismo, comunismo, anarquismo), además de la perversidad de la política. Según el autor de Historia de las dos Españas, la transición fue un momento de un gran interés por el pasado, pero el debate sobre la memoria histórica resultó tenue: no es una memoria del duelo, sino de reparación, se escuchó en la sala, poco antes de que Santos Juliá, recién cumplidos los 70, hiciera dos confesiones: «He creído en Dios y en su santa madre, pero esa fe se desvaneció y no la pude sustituir por otra fe», y «aunque no los lea nadie, los historiadores tienen que dar cuenta de todo».

La tercera jornada fue la de Vicente Verdú, el economista que quería ser poeta pero que acabó de periodista, acérrimo defensor del yo en la escritura: «la tercera persona es cursi», «la novela es un género mostrenco» o «no entiendo que alguien diga que no puede soltar un libro hasta que no lo acabe. Vaya mierda de libro el que no te deja dormir». Verdú defendió el periodismo, «una de las mejores profesiones que existen, además de divertida», y el ejercicio de la seducción: «El ensayista tiene que ser un cautivador. Darle la razón a alguien es lo que uno más puede desear, es como darle un tesoro». Heterodoxo, defensor del estilo como moral, del disfrutar escribiendo, sociólogo sin academia pero hábil interpretador de los tiempos cambiantes y de la cotidianidad, Verdú «hace periodismo artístico», tal como aseguró Margarita Rivière. Esta es una crónica a vuela pluma en forma de tributo a estos sabios obstinados que en tiempos convulsos se dedican a pensar. Tengo un cuaderno lleno de notas y lecturas, de ideas bipolares, de miradas expectantes. Y un par de buenos consejos que intentaré practicar este verano: ejercer la despaciosidad y conversar paseando.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Me ha gustado tu crónica y desde Santander!!! esa ciudad que adoro. Abogo por la despaciosidad. Espero que estés bien, Joana. Un abrazo muy grande.

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