Le llaman “cicatriz francesa”, una alarmante herida en la mejilla que se autoinfligen algunos adolescentes en TikTok, justo cuando una Francia iracunda revienta las compuertas del orden. Las protestas han perturbado la paz de un país que, hasta la llegada de los chalecos amarillos, parecía tenerlo todo: grandeur, perfumes, coches, quesos y un litoral que apellida a sus ciudades sur-Mer. “¡¡¡Destitución!!! ¡¡¡Maldito poeta!!!”, se leía en pancartas de enmascarados en París, Nantes o Rennes, que arrojaban adoquines a los antidisturbios y encendían fuegos callejeros.
Más de tres millones de franceses se manifestaron en contra de la nueva ley que eleva dos años la edad de jubilación y la fija en 64. Entre nubes de humo y pilas de basura (por la huelga del gremio) los manifestantes escupían contra la poesía de Macron, la que bautizó a su partido como Renaissance cuando la percepción popular es hoy de Déclin.
No están dispuestos a que se atente contra un derecho anhelado generación tras generación, la verdadera fortuna de su vida: la retraite. O, ¿no es un género en sí mismo el del jubilado francés en el cámping, con una brizna de hierba entre los dientes y una felicidad panzuda? Recuerdo al tiet de França, que, cuando se jubiló –bien joven–, se escapaba a vernos con la maleta llena de inventos y polos de Le Coq. Aprovechaba su tiempo libre para descubrir maquinitas de acupuntura y coleccionar recortes sobre vegetarianismo, aunque, al sentarse a la mesa sin camisa, mi padre tenía que advertirle que nosotros no éramos todavía jubilados “asalvajados”.
“¡Destitución, maldito poeta!”, le grita la calle a Macron
De Francia llegaba entonces lo moderno, mientras que hoy se quema en sus calles el refinamiento, usando la violencia para defender una intocable parcela de futuro. Ignoro si llegaré a jubilada, y si el ambicioso plan de Escrivá nos garantizará el asueto, pero si no hay blindaje, mi generación ya puede ir preparándose para una pelea a cuerpo a fin de defender su puñado legítimo de lunes sur-Mer.
Comentarios