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Platos fríos en Hollywood

No, yo no lo atribuí al calentón del macho que sale a defender –a golpes– el honor y la calva de su mujer. Aquella bofetada televisada a casi 17 millones de personas en una gala que rozaba la ñoñería de tan políticamente correcta –a las mujeres se les pidió que llevaran falda larga– era la culminación de una rabia antigua. La furia concentrada de un hombre enfermo que no ha encontrado su lugar a pesar de formar parte de la aristocracia de Hollywood. Y que incluso cuando golpea, parece que se trate de un gag.

De la sonrisa hierática a las lágrimas, de la campechanía a la violencia, todas esas emociones fueron interpretadas el mismo día y en pocos minutos por Will Smith, sentado al lado de una vestal enfundada en un traje gótico de Gaultier, y, a su lado, la talla de pívot de Smith empequeñecía. Eran gestos propios de una criatura deglutida por el star system 

Su mujer, Jada Pinkett, ahora le da la espalda, según leo mientras escribo estas líneas. Anuncian que él ha ingresado en una clínica de rehabilitación, y, paralelamente, corren vídeos en los que se explicita una gran tensión entre quienes durante un tiempo pasearon el pedigrí de “pareja abierta”. Y la carnaza que un día ofrecieron alimenta ahora a los ganchos de la telebasura o el clic, sirviendo más platos fríos de ese amor made in Hollywood que a menudo se nos ha narrado como una mala película.

Por ello resultó tan alentador ver el contraste de los Pinkett Smith con los Bardem Cruz, tan familiarmente enamorados, mirándose con esa delicada sorna que solo entienden las parejas de años trabajados a cuatro manos. Cada vez hay más estrellas que viven en ranchos o granjas, para escapar de la máquina trituradora de los medios. En cambio, Pené­lope y Javier optaron por Al­cobendas, y acaso esa falta de pretensión de una vida grande sobre el acantilado se haya derramado sobre ellos como el encanto de la miel casera.

Artículo publicado en La Vanguardia el 11 de abril de 2022.

Publicado en Mi Smythson

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