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El palco del Madrid

Manuel Nobauer (Licencia Unsplash)

El fútbol perdió la inocencia cuando se convirtió en negocio apabullante. Los primeros millonarios futboleros, como Berlusconi o Abramóvich sabían que un palco presidencial vale más que mil despachos. De la misma forma que aquellos yuppies triunfantes de los noventa adquirían agencias de modelos como tapadera, ellos se transformaban en señores de la guerra, rigiéndose por unos códigos del honor y la victoria creados para popularizar su imagen y multiplicar sus arcas. Cruyff advirtió en su día sobre lo nocivo de lo que denominó “el entorno del jugador”, donde caben familias dependientes, agentes y, sobre todo, los clubes. Y es que el éxito no solo depende de la profesionalidad del deportista, sino de la astucia para evitar el veneno que extienden quienes especulan con la avidez de Tío Gilito.

Los audios filtrados de Florentino Pérez demuestran que el mito de su palco, más anhelado por mendicantes de altos vuelos que cualquier ministerio, era cierto. Nadie tenía duda de su influencia y compadreo en algunos medios, pero escandaliza la hipocresía del relato comprado por la afición. No es que esta demande demasiada modestia, elegancia ni fair play por parte de su poderoso presidente, pero ahora es testigo incómodo de la amplia brecha entre lo que callaba en público y decía en privado.

Los audios de Florentino muestran que el mito de su palco era cierto

Esa soltura tan propia de alguien que parece aquejado del síndrome de Tourette –asociado a la exclamación de pa­labras obscenas y comentarios socialmente inapropiados– desnuda la impostura de quien afirma: “Yo tengo un concepto horrible de los jugadores, macho, horrible, horrible”. En su retahíla de insultos los hay cortos, zoquetes, anormales, monigotes, jetas, hijos de puta, y estafas, como Casillas y Raúl. Si tanto desprecio le merecen quienes encarnan “los valores y principios esenciales en el código sagrado del madridismo”, como dijo en su día del delantero, ¿qué hace todavía en el palco del Bernabeu?

Publicado en La Vanguardia

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