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Bailar de verdad

Unknown

Nuestros padres aún bailaban agarrados. Pero a los hijos nos inventaron las discotecas para poder danzar solos, con nosotros mismos. “Baile suelto”, se decía, y aunque los compases no lo propiciaran, escapábamos de todo apego para contonear cintura y piernas en una suerte de liberación personal. Hacía moderno. Y al final acababas moviéndote frente o al lado del otro, buscando inevitablemente sincronía en los movimientos; un impulso que anida en la naturaleza humana y que el baile permite de forma natural, desde las danzas tribales –o las de la corte– hasta el ballet clásico o las coreografías de Rosalía.

Hace pocos días pasaron en TVE un reportaje sobre Aplauso , el programa que se convirtió muchas tardes de sábado en cita brillante para los baby boomers . Eran horas de charol y neones rojos las que nos regalaba José Luis Fradejas, que tan bien llevaba los pantalones campana y que saltaba hasta el escenario con una descomunal marcha (una palabra viejuna que aún resiste). Siempre me fijaba en el público, que bailaba todo lo que le ponían con cara de gusto. Las artistas solían llevar cinturones apretados, licras y lentejuelas, ellos imitaban a Tony Manero. “El grupo más responsable de mantener vivas las discotecas era la comunidad homosexual”, declararía el ingeniero de sonido Alex Rosner a Newsweek en 1976. Gais y puertorriqueños revertían sus historias de opresión entonando con la voz desgarrada de Gloria Gaynor o el falsete de los Bee Gees.

La disco tenía plástico pero también una atmósfera de club social. Pistas redondas de proporciones reducidas que invitaban a acercarse y ligar, a falta de Tinder. Bailar nunca ha sido una frivolidad, sino que posee un efecto de inducción a la empatía –“efervescencia colectiva”, la denominó Émile Durkheim hace más de un siglo–, de reunión y unificación. Hoy, los chavales que cuelgan sus bailes en TikTok los ejecutan solos, gesticulando con las manos como si fueran ilusionistas, entre un rudimentario lenguaje gestual y las sombras chinescas. Sus movimientos traen maneras heredadas de aquel primer breakdance. Son danzas individuales, narcisistas, desafiantes, reivindicativas. Algunas traperas afirman representar a la bad girl que no tiene prejuicios ni pudor, la que convierte su trasero en un portento que vibra en todas las posiciones, la que denuncia con el culo. Hoy todo buen baile tiene coreografía y sentido del espectáculo. Aunque la pericia de Shakira y Jennifer López en la Super Bowl las haga ini mitables. ¿Y la diversión de aquel bailar casero con los otros? ¿Dónde, cuándo, la perdimos?

Imagen: The singing butler, Jack Vettriano.

Publicado en La Vanguardia

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