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Sin huella paterna

Man in Blue I, 1954

Una estrella mundial. Un hombre que ha triunfado a lo grande: icono en el imaginario popular y dueño de un fraseo y un sentido de la melodía que ha encandilado a parejas de varias generaciones, a nuestras madres y a los millennials de karaoke. También ha plantado árboles y casas por todo el mundo, padre de ocho hijos oficiales que derrochan guapura, riqueza y Miami style. Sus dos gemelas acaban de cumplir la mayoría de edad y ya saltaron a la gala del Metropolitan de Nueva York, vestidas de Oscar de la Renta en tutús rosa, escribiendo su propio cuento de princesas. Al tiempo, en el juzgado de primera instancia número 13 de València, un joven llamado Javier Sánchez era reconocido como vástago legítimo de Julio Iglesias después de décadas de litigios. 42 años sin referencia paterna íntima, negada su condición de hijo, años en los que buscó al padre y quiso conocer a sus hermanos. El joven tuvo que tragarse la palabra bastardo y trató de ser cantante proyectándose en su inmensa sombra. No tuvo éxito. Continuó con su vida pequeña, peleó en los juzgados junto a su madre –una exbailarina que tuvo una aventura con Julio en los años setenta– y consiguió una muestra de ADN de Iglesias a la desesperada.

“¿Cómo voy a estar contento con un padre que me rechaza?”, ha declarado en una entrevista. Pienso en esas palabras, tan sensatas. Como si sólo persiguiera la oportunidad y la fama, un futuro resuelto, un cheque en blanco. Javier Sánchez también ha afirmado que no le guardaba rencor, pero que entiende que su madre, después de tantos años de lucha, lo vea como una victoria. ¿O era venganza?

Históricamente, los hijos no reconocidos son un hecho común en España, Portugal, Italia, el Reino Unido y sobre todo en Francia, donde la bastardía no tenía nada de deshonroso: heredaban bienes de sus padres, podían llevar sus apellidos y usar sus armas con la sola diferencia de que una banda cortaba en diagonalmente su escudo. Erasmo de Rotterdam, Leonardo Da Vinci, Don Juan de Austria, Luis de Borbón o María Tudor lo fueron. En la España de los sesenta y setenta, la palabra querida regaba con brandy. En numerosos hogares los hombres eran bígamos, pues hasta 1978 el Código Civil preveía hasta seis años de prisión menor por adulterio, además del juicio moral y el desprestigio social que supondría. La proliferación de demandas de paternidad circunscritas a aquellas décadas sólo pueden entenderse asumiendo el binomio poder-personal de servicio, la dependencia económica, bajos niveles culturales, la impronta de la religión y la nula pedagogía anticonceptiva, además de un machismo bien enraizado. Hijos de clase A e hijos de clase B. Muchos de ellos, borrados de la conciencia paterna, en un negacionismo de sí mismos. Bendito ADN, que ha sacado del ostracismo a tantos condenados inocentes. A tantos hijos negados. No es que carezcan de huella paterna, es que sus padres, contra natura, quisieron borrarla.

Imagen: Francis Bacon, ‘Man in Blue I’

Publicado en La Vanguardia

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