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Kafe Dostoyevski

DAVIS Stuart - Blue cafe

Elegir un nombre es una declaración de intenciones. Puede funcionar como primer imán o causar absoluta indiferencia, diluido en la costumbre y la repetición, la escasa gracia o, peor aún, el exceso de ella. Hay un artista madrileño de origen oriental que triunfa en la música con el sobrenombre de Putochinomaricón; revertir el estigma, de eso se trata. Es interesante fijarse en cómo se hacen llamar los raperos: Canserbero, Arkano, El Chojin, Zimple… y otros se complacen en resumir nombres y apellidos en una letra: Cardi B, Jay Z, C-Kan, San E, a medio camino entre el lenguaje cifrado y la nada. También forma parte de la cultura del feísmo abrazar apelativos desdeñados y pobretones, y más en estos tiempos propicios al manifiesto, en los que están de moda los libritos donde se procesan las ideas como en la Thermomix.

En cambio, la literatura sí se vende como experiencia. Y, por ello, soy capaz de imaginarme a Arkano o a Cardi B tomando un té en Le Flaubert, haciendo volutas de humo con un cigarro que toma prestado de Shakespeare el nombre de Hamlet o disfrutando de las notas de chocolate negro en una pinta de cerveza cuya etiqueta lleva la cara de Oscar Wilde. La posmodernidad desacralizó la alta cultura y reventó las subastas en Sotheby’s con las latas de sopa Campbell’s, que hoy, gracias a Warhol, es una marca con leyenda. Y la hipermodernidad –si puede llamarse así al estado fluido y gaseoso en el que vivimos hoy, marcado por los cambios de paradigma: digital, económico, sexual, climático– ha recuperado el gusto por el marketing cultural. Restaurantes y cafés que toman prestados los nombres de Rilke, Stendhal, Balzac, Hemingway o Bach (PunkBach), siguiendo la tradición del Joyce’s Cafe, el Austen’s Cafe y otros repartidos por el mundo, algunos más justificados en su vocación literaria que otros, meramente oportunistas.

Afirmaba Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (Gedisa) que, al entrar en contacto con el consumo masivo, se difumina “el aura” del arte. Cierto es que la apropiación cultural es una expresión más del capitalismo, deseoso de reinventar los nombres de un imaginario que ha dotado de significado a muchos seres humanos. Por ello, los hay partidarios de los elevados que te enriquecen mientras tomas un cortado o digieres una crema de calabaza. Porque no es lo mismo citarse a comer en Casa Pepe que en Café Kafka, donde sientes que la leyenda literaria te hace más fuerte que la autoayuda. Pero, por encima de todo, recuperas cierto sentido de la posteridad, tan extraviado hoy. Eso sí, es muy probable que los instragramers y youtubers que insisten en no leer acaben pensando que Rilke, Stendhal o Balzac no son más que eso: un buen lugar para comer steak tartar.

Imagen: Stuart Davis, ‘Blue Cafe’

Publicado en La Vanguardia

2 comentarios

  1. Es sind maximal 42 vom 46 Trophäen erspielbar.

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