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Vida de papel

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El periodismo es oficio de románticos aunque un día se rompiera la veda y entrasen en él todo tipo de equilibristas, además de una buena tongada de cínicos, algunos de ellos buenos vividores. Hasta jacuzzi en el despacho del gran jefe ha vislumbrado servidora en tiempos de la burbuja mecánica. El nuevo periodismo tomaba aires de rico advenedizo, porque el dirty realism solo valía para escribir, no para vivir. La hoguera de las vanidades ardía, y los estudiantes más idealistas corrían a hacerse periodistas. Era sexy, aventurero, un trabajo perspicaz: el aliento de la noticia, el valor de la intuición… “Veo a los periodistas como trabajadores manuales, los obreros de la palabra”, apuntaba Marguerite Duras. No me extenderé en el periodismo antes internet, cuando tenías que llamar al Ayuntamiento de Orihuela para confirmar su censo. Pero entonces la vida aún permanecía en la página, y la pantalla la ampliaba.

Elegir el tipo de papel siempre fue uno de los mayores goces de los editores de prensa, que hoy calculan una y otra vez su coste para recortar páginas. Nunca salió tan caro el precio de la hoja, convertida en un viejo lujo ; y aún así pocos vigores resultan comparables al de pensar una portada. Podríamos decir que hoy se hace muy buen periodismo, y quedamos bien todos, pero nadie podrá rebatir que el periodista nunca había estado tan tocado. No son kellys, pero algunos cobran la hora igual que ellas. No han peleado en las calles con influencers y blogueros al estilo de los taxistas con los conductores de Über y Cabify, al contrario, son bien mandados y a pesar de tener don de palabra, no sacan ira ni resentimiento. Se buscan la vida. Encajan la situación. Uno de cada cuatro falsos autónomos en nuestro país es periodista. Y el 45% de ellos cobra menos de 1.000 euros al mes.

El precio de la información ha mutado; hoy está mucho más valorado redondear buenos tuits que escribir la Biblia. Los plumillas que han vivido la transición digital ya se imaginan haciendo arroces en la playa porque no se ven de community manager de Shakira. ‘Creación de contenidos’ le llaman a elaborar información al servicio de una marca de coches o de cerveza, y el periodista sabe que su contrato cada vez le compromete más con la publicidad. Así la vida, en este desnorte, cada vez menos quiosqueros levantan las persianas por la mañana y huelen la tinta fresca al romper el cordel de los paquetes. Siempre hay alguien que es el primero en comprar el periódico, ese pequeño héroe. A mediodía, algún viajero terminará de leer un articulo y, mirando por la ventanilla y suspirará satisfecho Y al atardecer, en la habitación de un hospital, llegará ese momento de calma en que se dice: “bajo a comprar unas revistas” y todo se suaviza.

La prensa escrita tiene los días contados, dicen. No quiero creerlo, pero siento una heladera en la nuca cada vez que cierra un quiosco y las penas se encadenan.

Imagen: Ramón Casas

Publicado en La Vanguardia

2 comentarios

  1. Martín Martín

    Fuerte, bello y triste post.
    Trabajé en el Diario Sur en Buenos Aires, que intentó competir con Página 12 de un irrepetible Lanata con capitales de la URSS mientras que se iba diluyendo, en efecto lo caro era el papel, la redacción era una fiesta del saber, yo llevaba notas de un periodista a un jefe de sección y de ahí al abogado, y escribía cuentos como hice toda la vida que me publicaban en revistas paralelas del reviente porteño, el mega sub under bajo ground. Tomaba alcohol mezclado con agua y un poco de café y le brindaba a Enrique Symms a cambio de su merca, un día borrachos nos confesamos las estafas mutuas, yo le daba “pajarito” en vez de ron y él me daba un 80% de aspirina machacada! Amigos, amantes, desastres y mucho aprendizaje me llevé de ahí antes de que quebrasen a los poso mese que me fui.
    Aquel olor a papel tintado que dices, de cuando llevaba las últimas notas a la imprenta de vez en cuando que no había motorista, lo tengo aún mezclado en la sinusoide con el mucus de mi alergia y se retroalimenta cada vez que paso por un quiosco en las pocas veces que me levanto como debiera un hombre de bien.
    Por otro lado, pasé eternidades en cafés leyendo un diario del día o de la semana, hurgando en editoriales, chistes, clasificados, incluso publicidad, mientras soltaba cataratas de versos desordenados ,anécdotas convertidas en cuentos, llenos de borrones en cuadernillos, hojas sueltas, servilletas de papel que algún día me gustaría reencontrar, aunque no todavía.
    Ay el papel.
    Lo cierto es que hoy los diarios los leo en el ordenador, comparo todos los que quiero, pero así como perdimos el sonido de la tecla desde la olivetti o la remington al ordenador, o el ruido de los cascos, el olor a caballo y la vitalidad del trote en el salto al automóvil, como sé que perdí las editoriales, las fotos sobre el papel de periódico que son únicas, el olor a papel y tinta, y más que nada la sensación de pasar de una página a la de chistes o de cultura o deportes saltándome economía y regresando a algún artículo que el rabo del ojo oteó desde la taza de café o la falda de una parroquiana que entra o sale, y por eso los domingos lo leo en papel.
    Los libros es otra cosa, jamás pude pasar de una página en digital. Y por eso goza de salud, hubo un efecto rebote tras el boom del e-book. Más que nada para que no muera la lampara de la mesita de luz.
    Ahora bien toda crisis es una oportunidad, he visto que no soy el único que lee los domingos en papel, y ese día compiten en suplementos de altísima calidad, de cultura, salud, deportes, coches, turismo, belleza, moda etc, y editoriales como el de esta semana de Javier Marías, las tuyas o tus parejas de hecho o cualquier otra de Vargas Llosa.

  2. Anónimo Anónimo

    Gracias querido Martín. Cómo me ha gustado tu recuerdo de la tinta en la sinusoide. Ojalá cada día fuera domingo. Besos

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