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Mayordomos para el ego

 

GRIGORESCU Nicolae - La mar

Estrenan especialidad, y se anuncian como mayordomos de Instagram, pero bien podrían ser los mismos que un día te hacían el álbum de la boda y otro te alargaban la tortura al salir del parque de atracciones. Hace unos años, los fotógrafos ambulantes empezaron a sofisticarse entre hamacas mediterráneas, con sus rastas rubias y una sonrisa que parecía franca. Convencían a los bañistas para sacarles una foto “artística” a los críos aún con la vieja idea de enmarcar lo memorable: arena, mar, blanco y negro. No sé quién fue el primero, ojalá se tratase de un cámara en paro que se dijera, “pues vamos a hacerle instas a la peña”, y emprendiera un negocio consistente en mejorar la identidad digital a golpe de clic. Acaso lo más discutible sea el concepto de mayordomo, subvirtiendo la naturaleza de la red y pasando del “hazlo tú mismo” a contratar absurdamente un servicio prémium para lucir mejor.

Algunos hoteles de lujo han diseñado ya InstaTrails, itinerarios que incluyen localizaciones para que sus clientes posen ideales y dejen atónitos a sus seguidores, exhibiendo de paso sus instalaciones. Tienen calculada la luz y los colores del atardecer, la composición del plano, hasta la justa altura del tronco de la palmera sobre el que va a desfilar su clienta a modo de pasarela, con la misma naturalidad de cada día, como si hubiese nacido para andar descalza sobre la corteza tropical.

En los últimos años han cambiado las tornas, y la realidad se pone al servicio de la virtualidad. No importa tanto vivir el momento como su repercusión en redes, y la alegría de recibir corazones, emojis y me gusta. ¿Quién no ansia ser querido, reafirmado por una panda de palmeros invisibles que jalean tus pasos, aunque se trate de un agasajo de cartón piedra? La adulación es un sucedáneo del Prozac, a pesar de sus efectos se­cundarios.

Para muchos internautas, la conexión con el mundo a través de Facebook o Snapchat resulta uno de los momentos más placenteros del día. Familias que se comunican entre continentes, amigos que se siguen con delicia y envidia, jóvenes que se inspiran y se provocan. Luego están los exhibicionistas, las celebrities de la red que se convierten en personajes. El filósofo británico Julian Baggini, autor de La trampa del ego (Paidós), afirma que la identidad no se basa en la concepción de un yo inmutable, “sino en una idea coherente de la narrativa que cada uno de nosotros crea para sí mismo y los valores que la sustentan”. Los flujos de imágenes edulcoradas que desfilan por el escaparate de monerías que es Instagram evidencian –además de una gran cantidad de gente ociosa– que posar en la red no es sólo un entretenimiento sino un veleidoso modelo de vida.

Imagen: La mar, Nicolae Grigorescu

Publicado en La Vanguardia

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