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Mujeres que escriben

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Hasta el Romanticismo, las mujeres sólo podían escribir si eran monjas o nobles. Únicamente desde la virtud o el poder se contrarrestaba la anomalía de su conducta. Las primeras corrientes de emancipación hicieron posible que algunas féminas de clase media iniciaran una carrera literaria, y que incluso aspirasen a premios, como el certamen de poesía del Liceo de Madrid, que en 1840 ganó Gertrudis Gómez Avellaneda. Tal fue el impacto, que en la siguiente edición se vetó la participación femenina. En La pluma como espada (Lumen), María Prado rescata el testimonio de Zorrilla sobre la poeta cubana, exaltando su “voz dulce, suave y femenil”, para concluir que “era una mujer, pero lo era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura femenina”. Porque Gómez Avellaneda, al igual que Carolina Coronado, Elena Fortún, Mercedes Cabello de Carbonera, Dolores Medio o Juana de Ibarbourou, fueron consideradas especies raras. De muchas de estas grandes autoras apenas se sabía nada, no integran el canon, y ahora sonroja descubrir su talento, como el de la recién recuperada Elena Garro. De ellas, además de Mercè Rodoreda, Víctor Català y Carmen Martín Gaite, se leyeron fragmentos el pasado lunes en la Biblioteca Nacional de Madrid, conmemorando el día de las Escritoras. ¿Que por qué se celebra tal día? Las cifras misérrimas de académicas, premiadas, publicadas y no digamos ya de canonizadas es marginal. Visibilizar el talento femenino en la literatura a través de esas “formidables máquinas quitanieves que abrieron el camino a generaciones venideras”, en palabras de la comisaria de la iniciativa, Anna Caballé, constituye uno de los objetivos.

Se da la circunstancia hoy de que una nueva generación ha declarado haber recibido humillaciones y acosos varios, de la postergación de la calidad de sus versos en favor de la de sus tetas a recomendaciones de posar desnudas para la foto de portada, pasando por insinuaciones, chantajes de diverso tipo y juicios sumarios por su opción sexual. No es infrecuente oír a maledicentes decir que una autora está loca, acaso porque no es dócil ni previsible. Es una forma de expulsarlas del vértice de la pirámide, ignorando que los letraheridos rarunos son mayoría.

Esta misma semana se celebró en ­León un congreso de Columnismo, polémico ya desde su convocatoria: en el cartel todos eran nombres de señores. Desde los reverenciados popes, hasta los liberados y muy sueltos, inscritos en lo que Íñigo Lomana etiquetó como prosa “cipotuda”. En las redes hubo revuelo e indignación. Se tuitearon largos listados de mujeres que escriben en los medios. Muchas de ellas detestan las cuotas, pero no entienden por qué no son competentes para participar en un congreso leonés cuando todos los articulistas se deben a una acción sin género: sostener la columna. Escribir es ­explorar, podar y sufrir. Sin sexo que lo alivie.

Publicado en La Vanguardia

Un comentario

  1. Martin Martin

    Lo del congreso del columnistas no sólo huele a naftalina por la ausencia de estrógeno, sino por el contenido en sí.
    Como sabes sobre este tema podríamos disertar y/o escribir horas, aparte de los años de investigación necesarios y de asociaciones sagaces para poder hacer un compilado mínimamente serio, pero a enormes rasgos y haciendo un ejercicio de resumen irresponsable, se podría decir que el aporte femenino una vez derrocado el enorme muro, con la participación vanguardista, como no , de las británicas y sobre todo de las inglesas, como sus hermanas sufragistas o las primeras graduadas universitarias, una vez ya establecido lo femenino en la literatura, y no solo escrito por mujeres sino desde la feminidad que puebla tanto cuerpos como objetos, fenómenos climatológicos astrológicos (en Alemán Luna es masculino, Der Moon y Sol femenino Die Son hacen curiosos los roles en poesía) pensamientos sentimientos miedos y metáforas, es la introspección emocional.
    Por primera vez arriba en la literatura la emoción y la revelación y exploración de los sentimientos y sobre todo en la inglesa, la literatura de las formas de la descripción y del tiempo lineal por excelencia.
    Estoy muy agradecido por ello, mi abuela y mi madre escribían, mi abuelo y mi padre ya no lo hacían porque la masculinidad de la escritura, la crónica sobre el camino, la aventura, el riesgo, el ataque y la defensa habían sido desplazadas por las revelaciones del alma, curiosamente un aspecto muy femenino de mi tío ínclito que escribía permanentemente sobre el camino como Darwin o Chatwin pero también con algunas de las mejores líneas sobre el peso y el premio de la soledad, él, un estereotipo viril atormentado por la cercanía del fantasma de la impotencia, que oportunamente asistido por la más heroica de las muertes aceró su falo por el resto de la eternidad.
    Y en cierto modo excepto casos como Rowling con su masculinamente tejida historia de magos, la tendencia fue a desaparecer a los Salgari, Vierne, Pushkin y Dumas, cosa que, no puedo ocultar, también lamento.

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