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Naturalezas vivas

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Los intelectuales firman un manifiesto mientras los independentistas conocen al fin el cuerpo de la Guardia Civil, que también habla catalán en la intimidad. Bueno, en verdad son intelectuales y artistas, la aristocracia del alma, la brillantez que ilumina a quienes han interpretado a Shakeaspeare o han ideado brillantes visiones del mundo clásico y moderno. En el manifiesto leo, entre otras frases: “¡No participes! ¡No votes!”. Y pienso en el mal uso del imperativo y su eco: esa orden constante que nuestro mundo que, o bien exige comprar, o no pensar, o paralizarse. No me digan que no es sumamente atractivo, por inaudito, imaginar a un intelectual suplicándote que no hagas algo. Tal vez sea esa la estrategia: lograr que uno acabe pensando que si te lo requieren Millás, Marsé, Marías o Marisa Paredes igual hay que atender a su ruego. Fueron más leídos los nombres en negrita que el texto; suele pasar.

Existe un Madrid empático con la causa catalana, deseoso de hallar una salida, incluso que caiga Rajoy, acaso la única solución a corto plazo para reorientar el conflicto. Pero hay otro Madrid áspero y bravucón, que está hasta las narices y habla de Cacaluña y otras marranadas. Mario Vargas Llosa presentó esta semana su libro “Conversación en Princenton” y en la rueda de prensa no dudó en tachar de “provincianos sin pies ni cabeza” a los catalanes soberanistas.

Son tiempos de riesgos necesarios y suntuarios. Rihanna, madrileña por un día, presentó su colección de maquillajes para Sephora. La cantante afirma a la revista Elle que se arriesga tanto con sus vestidos porque “tengo que aprovechar mis pechos antes de que se me caigan”. La antigua sabiduría del carpe diem. Al mismo tiempo, nuestra mayor artista global, Rossy de Palma, presenta una colección-cápsula para Mac. La ha titulado “Frames”, ya que, según confiesa, “hay que ponerle un marco a todo lo que quieres, para enaltecerlo y darle una presencia”. Ella lo logró con su nariz cyrana.

Esta semana, la re-movida se rejuntó de nuevo para pasar la tarde en la Fresh Gallery del barrio de Salamanca. Allí, aún con calor tropical, se inauguraba la muestra “Bodegones Almodóvar”, un periplo autobiográfico desde la cocina del cineasta. Todo empezó la pasada Semana Santa, cuando se puso a hacer fotos en su cocina para combatir el tedio. De repente sintió una excitación: “admiraba la pintura al temple de la pared, el corián blanco de la encimera, como si fuera la primera vez que los veía”. Jarrones con formas femeninas, el mundo de la infancia, figuritas de Malevich, membrillos, kiwis, estampados de Fornasetti y un enchufe que aparece en casi todas las obras resumen el diálogo entre lo orgánico y lo estático. Su poética de lo cotidiano aúna intimidad y confidencia. “Uno no puede mentir cuando está en la cocina” afirmaba el director acompañado por un grande: Antonio López, a quien dedicó la muestra. También estaba Soledad Lorenzo, que me riñó: “ya no hay que decir que estamos bien a pesar de tener 80 años, es lo normal”, además de Bibiana Fernández, Màxim Huertas, Félix Sabroso, Palomo Spain, Mario Vaquerizo y toda el clan que representa el el artisteo chisposo brindó por su Almódovar en la galería de la argentina Topacio Fresh y su marido, el catalán Israel Cote.

Pedro Almodóvar, a pesar de todas sus leyendas, en la distancia corta es un hombre encantador e ingenioso. “Al no ser profesional, solo he querido trabajar con luz natural. Me dije: que sea Dios quien lo ilumine todo”. De esta forma le hacía un guiño al Padre Ángel, a cuya organización, Mensajeros por la Paz, irá destinado lo que se recaude con la venta de las piezas. “Hoy sobran las causas para contribuir, no obstante, del padre Ángel me atrae la inmediatez con la que se utiliza el dinero. Algún día escribiré la película de todo lo que ocurre en la iglesia de San Antón, que se halla en el polo opuesto de la iglesia y los curas que yo conocí”. Almodóvar dice que los bodegones reflejan lo ligada que está su privacidad a su obra: su casa de Pintor Rosales ha salido en varios planos de sus películas. También transmiten ideas del amor, como esas cebollas descascarilladas junto a una rosa en un vaso de agua, la historia de nuestras vidas.

Publicado en La Vanguardia

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