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Después de

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Agosto se nos escapó de las manos sin misericordia. Hubiera podido ser un tifón quien lo barriera del calendario y le robara su azul felicidad, pero fue una furgoneta. La vimos correr. No queríamos herirnos la sensibilidad, pero la agujereamos con vídeos caseros. El dolor trae consigo un morbo incontinente. Los hechos fueron enviador por WhatsApp sin filtro. Los cuerpos, los quioscos, los cochecitos, las piernas atribuladas, las miradas ciegas al tiempo que iban desbocándose los ­recuerdos: los sándwiches calientes del Viena, los travestis del Cangrejo Loco, el pan recién hecho a la puerta de la Bodega Bohemia, el rock, las jams, el Pinotxo. Íbamos a la Rambla a hacernos mayores: primero al Zurich, después al Boadas. Y a buscar la ­prensa, siempre la prensa, abierta las 24 horas.

El kilómetro cero del sentimiento se instaló en el corazón de la ciudad. Y empezó a escribirse una crónica negra, procedimental, política y emocional del atentado. Abortó agosto con su promesa de desconexión, la tregua consentida. Por primera vez no le pedimos a septiembre que aguante con la piel de agosto, ni que nos dure el moreno. Ansiamos el otoño alfombrado de hojas, cambiar de estación y de luz, como si así fuera más fácil variar el estado de ánimo tras el ataque yihadista que no ocurrió en Estambul ni en Raqa, tampoco en Bagdad, sino en nuestra Rambla, al lado del banco modernista donde a los veinte coqueteabas con un chico y él te decía que llevabas un peinado parecido a la de Mecano mientras tú intentabas averiguar si tenía novia. ¿Quién no guarda un instante robado de la Rambla?

Se ha razonado todo: ataque contra la libertad, la diversidad, la demo­cracia, Europa, ofensiva por Al-Ándalus… y se ha hecho de todo: análisis, manifestaciones, consejos, medidas, memes. Eran muchachos que recién se afeitaban y se convirtieron en asesinos silenciosamente. Si hay un método capaz de inocular el fanatismo y la barbarie en la cabeza de esos alumnos ejemplares de Ripoll, integrados, modelos del sistema de inmersión lingüística, deberíamos de conocer su prosa. “El sentido de alerta tiene que servir para que seamos conscientes de la amenaza yihadista, que es absolutamente real, además del riesgo de radicalización entre los más vulnerables”, me asegura Carola García-Calvo, investigadora del programa de Terrorismo Global del Real Instituto Elcano. Más de 50.000 radicales campan por Europa. Apenas sabemos nada de ellos. Pero ya no estamos mentalmente lejos de la yihad. Todos sabían que habría un atentado aunque nadie se lo acabara de creer, como si nos protegiera una falsa inmunidad mientras el terror asolaba otras capitales europeas. No le daremos la espalda a la guerra que nos ha tocado vivir, a unos los hará vigilantes fóbicos, a otros los convertirá en modélicos resilientes, pero unos y otros nunca olvidaremos ese terror que es capaz de hacer saltar por los aires el bendito verano.

Publicado en Artículos

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