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Desde las sombras

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Hay unas palabras de María Luz Morales que definen con transparencia nuestro trabajo, en las antípodas de los aplausos, las influencias o los agasajos. Las recoge M.ª Ángeles Cabré en su libro María Luz Morales. Pionera del periodismo (Libros de Vanguardia), la primera semblanza que se ha escrito de la única mujer que dirigió este periódico, durante siete meses, en plena Guerra ­Civil, lo que le costó un mes de encierro en un convento cárcel y una década de proscripción, desprovista de carnet de prensa.

En una entrevista concedida a María Pilar Comín en 1972, Morales, ya nonagenaria, aseguraba que “el verdadero periodista no abandona nunca su oficio, sigue en la brecha contra cualquier tentación y sabe además que el oficio no lo da más que el tener que hacerlo a pesar de todo. Se sabe que a tal hora, aquel artículo, crónica, crítica o información se ha de entregar pase lo que pase. Se tiene que dar con humildad, aunque haya salido más a nuestro disgusto que a nuestro gusto. No podemos corregir apenas. Nosotros, los periodistas, somos continuidad, humilde continuidad, un día, y al otro, y al otro…”. El buen periodista no deja de observar a su alrededor, aunque no esté trabajando. Su mente, siempre alerta, es receptiva, esponjosa y sintética. Soldados de papel, que a pesar de la ansiedad o la pena, de la pérdida de un ser querido
o de la ruptura con la pareja, deben entregar el folio.

La historia desenterrada de esta mujer con collar de perlas y pelo cardado que tomó café con Federico García Lorca, paseó a madame Curie por España o dirigió la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes de Barcelona exhala tanta discreción como humildad. Aceptó la dirección de La Vanguardia con dos condiciones: la primera, que fuera provisional; la segunda y certera: “La política tiene que llevarla otro. Yo sólo haré periodismo”. Con Gaziel en el exilio, los editoriales los dictaba la Generalitat.

Ocurre un hecho rocambolesco ligado a la recuperación de mujeres que desaparecieron por el sumidero de la historia, y es que a algunos les molesta. Menudencias, afirman. Segundonas. No integran su canon, por lo que las desprecian. El boom latinoamericano olvida a mujeres como Elena Garro o Peri Rossi, mientras en la generación del 27 ellas no existen –“prefiero llamarle la generación del 26, que es cuando se funda el Lyceum Club”, aseguró Laura Freixas en la presentación del libro de Cabré en Madrid–.

Morales fue la primera mujer en la redacción, templada, discreta, siempre en segunda línea, igual que tantas mujeres a las que les debemos las sillas que hoy ocupamos. Restaurar su memoria equivale a rescatarlas del olvido, un paso imprescindible para poder explicarnos.

Publicado en La Vanguardia

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