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Excéntrica acidez

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Por qué Dorothy Parker sigue fascinando a los jóvenes casi cincuenta años después de su muerte? Algunas de sus frases se encuentran en cualquier anaquel de citas célebres: ácidas y perversas, cargadas de autoparodia, tratando de abrir las cortinas políticamente incorrectas del amor, los hombres, la bebida o la política. Parker es un clásico en Twitter y Tumblr y sus cápsulas literarias son viralizadas por la generación post-Nocilla y el feminismo adolescente. “Tres son las cosas que nunca tendré: envidia, profundidad y suficiente champán”. Su rebeldía autodestructiva no tenía límite: “Me gusta tomarme un Martini. Dos como mucho. Después del tercero estoy debajo de la mesa. Después del cuarto estoy debajo del anfitrión”. Tampoco llegó a enderezar su desastrosa relación con el dinero, que tanto despreciaba pues vivía rodeada de cheques sin cobrar pese a acumular facturas impagadas: “Las dos palabras más importantes del inglés son cheque adjunto”.

Cuentista, dramaturga, crítica teatral, humorista, guionista y poeta, su biógrafo John Keats llegó a compararla con Hemingway. Y cuentan que tan obsesionada estuvo con la aprobación del autor de Por quién doblan las campanas que, en el lecho de muerte, hizo prometerle a su amiga Lillian Hellman que Hemingway apreciaba su obra y a ella misma. Ambos comparten la maestría en el terreno del relato corto. Edmund Wilson, crítico y albacea literario de Francis Scott Fitzgerald, resumió así su aportación a las letras: “Cuando compras un Dorothy Parker tienes de verdad un libro. No es Emily Brönte o Jane Austen, pero se ha tomado el trabajo de escribir bien y ha puesto una voz en lo que ha escrito, unos momentos de experiencia que nadie más ha transmitido”.

En 1915, con veintidós años, entró en Vogue –cobrando diez dólares a la semana–, pero su ambición era tan grande como su desparpajo y pronto cambiaría de redacción a Vanity Fair. Temida y odiada –y finalmente despedida– por sus críticas, se convirtió en una columnista fuera de serie y en una brillante tertuliana. Ella misma fue consciente de que su poesía ligera, o flapper –en referencia a las chispeantes y despreocupadas mujeres de su época– no la haría pasar a la posteridad literaria. Durante toda su vida persiguió una gran novela que no fue capaz de escribir. Y tampoco salvaba su trabajo en Hollywood, donde, en cambio, escribió guiones memorables como la primera versión de Ha nacido una estrella o los diálogos del de La loba: (¿quién no recuerda el vestido rojo de Bette Davis en la cinta, a pesar de ser rodada en blanco y negro?).

Pero su belleza y descaro, su lengua viperina y su gusto por la ropa, los perfumes y sombreros caros, sus años en una suite del hotel Volney y su debilidad por la autodestrucción la convirtieron en un personaje que estuvo por encima de su obra. Y es que el verdadero tamaño de Parker se mide por la cantidad de anécdotas y citas memorables que dejó y no por el lugar que le corresponde en el Olimpo de las letras. Y eso que su excéntrica elegancia y su ingenio ácido siguen dando cuerpo a volúmenes inéditos, como la compilación de sus críticas teatrales Complete Broadway, 1918-1923, que vio la luz el pasado año. Dorothy Parker tenía una oreja acomodada a la conversación banal, de la que extraía oro literario. Según algunos expertos en su obra, buena parte de la amargura que impregnó su vida tiene que ver con su preclaro juicio: la plena conciencia de que la Dorothy Parker personaje eclipsó a la Dorothy Parker escritora.

(La Vanguardia)

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