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Johan Cruyff catorce

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Ha muerto Johan Cruyff. Es mediodía, Jueves Santo, sol y pájaros en Madrid. Interrumpo la rutina, incluso esta serie de mujeres para dedicarle unas líneas apresuradas a quien forma parte de mi patrimonio sentimental y generacional. Porque Cruyff marcó época y estilo. Para tantos padres, como el mío, fue Dios. Le atraía su rebeldía, su libertad, su belleza en el juego y ese sex appeal que desprendía en una España estéticamente pacata (aunque a Cruyff siempre le incomodara reconocer su éxito entre las mujeres). Pocos días antes de morir de cáncer, un Viernes Santo, mi padre leía un libro sobre el holandés escrito por Sergi Pàmies. Y encontró una cita de una entrevista que le hice en 1992 para una revista femenina. Se le iluminaron los ojos, levantó los brazos, eufórico, y me abrazó. Fue nuestra última alegría compartida. Años más tarde, pude contárselo a Cruyff mientras asaba pescado en la barbacoa. Hablaba de forma suave. Decía quizás, con esa fonética suya tan personalísima como su carácter.

Cruyff transcendió al fútbol. Fue un icono de estilo, con su flequillo rebelde y su juego rockero. De chaval, ya brillante, se plantó ante la Federación holandesa porque le obligaba a llevar una camiseta de Adidas y él pidió su parte: “La camiseta es nuestra –me dijeron–, pero mi cabeza es mía”, contestó. Junto a su suegro, Cor Coster, inventó el marketing en el campo y defendió a muerte los derechos del jugador. Pedía para él y para todo el vestuario.

En las paredes de su fundación cuelga un cartel: “Aspirar. Tener curiosidad. Crecer. Pensar”. Define su estilo. El del hombre que no podía vivir sin problemas y por ello se enganchó a los sudokus. Tenía mucha vida familiar, junto a Danny (la otra mitad de Cruyff). “Danny piensa muy bien”, repetía. Los dos, de jóvenes, emprendieron labores sociales que siempre compartieron con los hijos. La suya es una familia holandesa, grande, bien avenida, con niños de pieles diferentes, parejas, ex parejas, todos muy concienciados socialmente. Cada navidad, él y Danny se iban a Zara Kids y compraban media tienda para niños de familias rotas e hijos de madres solteras en casas de acogida. Cruyff siempre quería aprender. No iba de sobrado aunque su independencia pudiera confundirse con soberbia. Recuerdo su forma de conmoverse al contar las historias de chavales que rescataban de la sordidez y los ponían a dar patadas a un balón. Hablaba con fervor de su progreso, de los campos que día a día construían en los barrios más desangelados del mundo, del fútbol como pegamento social. Fiel a sus orígenes, el hijo de la asistenta de la limpieza de Ajax arrojaba en esta causa la misma energía, convicción y optimismo que lo habían llevado hasta la cima del mundo. Su nombre es conocido por cuatro billones de personas. Decía que prefería no pensarlo.

A los catorce, murió su padre. Hace dos años, en una larga entrevista para Icon me confesó que había hablado toda la vida con él. Que su muerte fue un gran problema, pero que acabó teniendo “una relación perfecta aunque estuviera muerto”. Le pedía opinión sobre decisiones importantes. “Un día le puse a prueba: yo creo que estás ahí pero muchos piensan que estoy loco, por qué no me lo demuestras y me paras el reloj. Me fui a dormir, y por la mañana el reloj no funcionaba”.

Siempre hizo lo que quiso. Era apasionado. Rápido. Un sabio ingenuo. Sólo le tenía miedo a las alturas y al telesilla. Vivió sus últimos meses con el coraje de quienes disfrutan de la vida. Esperó a que llegara su hijo Jordi para irse con la paz de los que han amado.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. superj a 10.710 km superj a 10.710 km

    ¿dios?
    y con mayúscula…

  2. Héctor Rosales Héctor Rosales

    Ante tanta pirotecnia futbolística-palabrera después de la partida, Johan y unos cuantos lectores necesitábamos estas letras tuyas. Describen con fina sencillez, sobriedad y síntesis, a la persona desde cuyo fondo despegó el astro deportivo.
    Como en tantos otros decesos, el adiós irá dejando visible al ser humano que aquí prefirió refugiarse tras el balón. Las dos figuras, persona y jugador, de indudable largo aliento. Una vida fulgurante.
    Su estela nos acompañará siempre. Gracias por tu testimonio.

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