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El príncipe y el sapo

Pervive un estilo de adulación muy zalamero en la capital de España, que suele arrancar por el paladar, elogiando un buen rebozado, y termina en la punta de los zapatos, debido a que abunda la creencia de que la elegancia hay que empezar a vestirla por los pies. La sociabilidad castiza suele incluir algún signo, siempre audaz, que define el carácter del otro como condición del destino. Se trata de poner de relieve un detalle que pueda encandilar al interlocutor, de extraer algún sentimiento oculto para hacerle sentir por un instante una mina de talento, gracia o conocimiento.

Reconozco que a mí se me ha pegado ese decir gozoso al admirar los aciertos ajenos. Y no me refiero al halago empalagoso, sino al cumplido. Cuando detectas una virtud, un brillo que te ofrece el otro, callarlo se me antoja una forma de tacañería y a la vez de inseguridad. El halago acostumbra a ser interesado, busca el propio provecho, mientras que el cumplido es más físico y pretende engrasar los rodamientos de la confianza además de reconocer los méritos del otro. El problema surge cuando se realizan como transacciones sociales y provocan la obligación de devolver el elogio o resignarse a cierto sentimiento de culpabilidad (pues sentirse en deuda es parte de su lógica). Un halago, en el fondo, es casi como un regalo, pero no una ofrenda de cariño sino de compromiso. Recibir un presente, como explicó Derrida, puede hacer que uno se sienta un deudor atrapado en un ciclo de intercambio. Aunque los hay que se crecen ante todo lo contrario: los puñales son lo que importa, se dicen, el más elevado símbolo de reconocimiento.

Julio Camba escribió en su día una memorable columna titulada “Los admiradores son un peligro” en la que ironizaba con su habitual destreza sobre el asunto: “Hay un señor que me llama animal y otro que me anuncia un garrotazo en la cabeza. Creo que el éxito no admite dudas”.

La muy halagada Ada Colau, a quien sus socios de Podemos le han dedicado perlas enamoradas como estas: “Barcelona se merece una alcaldesa de la gente, una alcaldesa valiente como Ada Colau”, se ha sincerado en el libro Ada, la rebelión democrática, de Joan Serra. Y lanza un gancho en un momento estratégico –en la segunda parte de la prórroga postelectoral–, acusando de arrogancia a los mandarines podemistas. Los tuits de sutil rectificación ya han circulado, matizando el revés. Aunque, en verdad, quien pone de manifiesto su arrogancia es la propia alcaldesa, juzgando a sus “hermanos políticos” a fin de redefinirse por oposición a ellos. Las púas abiertas no entienden de lealtades; ocurre con el amor: cuando se desgasta, todos nos convertimos en sapos.

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. superj a 10.710 km superj a 10.710 km

    sutil diferencia, halago & cumplido
    y empleando tus palabras, no me refiero al halago empalagoso
    la alcaldesa valiente ada colau, sorry, no me resulta próxima, entrañable, sino + bien empalagosa
    kísssss

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