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Ticket regalo

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Hay un gesto embarazoso al abrir un regalo, como si una desastrada torpeza se instalara entre los dedos que luchan contra el papel y el celo. “¡Qué bien envuelto está!”, se acostumbra a decir, buscando refugio en el lugar común ante la incomodidad de sentirse observado. De poco sirven los lazos y las pegatinas, detalles que soporta mal la impaciencia del agasajado, deseoso de resolver con dignidad lo previsible y horrendo, o de dejarse sorprender por el éxtasis de lo inesperado y hermoso. Hay obsequiadores eficaces, capaces de registrar cualquier expresión de deseo, que utilizarán algún día al regalar. Memoria y cariño siempre han formado una pareja ganadora a la hora de elegir un detalle, porque cualquier clarividencia acerca de las aficiones o debilidades del otro afianza la muestra de afecto. Es probable que quienes acostumbran a fracasar con sus regalos sean personas demasiado idealistas, aquellas que rechazan el llamado regalo “práctico” y quieren poner a prueba su rapto de originalidad. En el acto de regalar disfrutan tanto o más que el obsequiado, aplastando con su vehemencia la personalidad del otro. Quien regala es el jefe, manda, transfiere al otro un sentimiento de culpa o de deuda, lucha a su manera contra el olvido. También están quienes únicamente cumplen un trámite, y más que comprar un presente regalan un ticket regalo, esa nueva variable del marketing directo que ya se ofrece en todas las cajas a fin de evitar que el acongojado receptor tenga que sufrir el calvario de las devoluciones. La ceremonia del regalo es uno de los rituales paganos más universales. Si usted no hace regalos le asesinarán, se titulaba el primer libro de Vicente Verdú, que fue secuestrado durante ocho meses, en 1972, porque, según los censores, alentaba a la subversión. Aunque el libro glosaba sobre el bien y el mal, el amor, la rutina –y la revolución, sí–, Verdú se predecía a sí mismo acerca del mandato social, cada vez más prosaico, en el que se ha convertido uno de los más sofisticados actos de elegancia social. “Poco importa que el objeto elegido vaya o no a gustar, sea apropiado o un adefesio: en su interior posee el resorte para obtener el canje”, escribía. Estas Navidades, los españoles gastarán, de media, 235 euros por persona en regalos; un 16% los comprará por internet, sin oler ni tocar el objeto elegido. Y una gran mayoría los adquirirá en establecimientos clonados en todas las ciudades, que insistirán en su voluntad uniformizadora para que sigamos calzando las mismas zapatillas o leyendo la misma novela infumable. Cierto es que los regalos arriesgados pueden hundir a su destinatario, pero los de trámite vienen envueltos en una estresada soledad.

(La Vanguardia)

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