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Nina Simone, grava y café crema

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Montreux 1976. El público enmudece cuando entra a oscuras en el escenario: el pelo corto como siempre, la piel de ébano, los brazos musculados, andrógina, dura, tan tribal como solemne. Hace una larga reverencia. Mira dramáticamente a derecha e izquierda. Domina el silencio. Al fin dice: “Hace años renuncié a participar en festivales de jazz, pero hoy estoy aquí y cantaré para ustedes”.

Nina Simone odiaba la palabra jazz, lo suyo era, en sus propias palabras, música clásica negra. Aquella noche en Montreux los dedos vuelan sobre las teclas del piano, los mismos de aquella niña que a los cuatro años tocaba con tal destreza que dos profesoras blancas decidieron prepararla gratis para ser la primera pianista de concierto negra de los Estados Unidos. Pero, a pesar del don, el Instituto de Música Curtis la rechazó por el color de su piel.
Corrió a cambiarse de nombre para actuar en los night clubs de Atlantic City y durante varios años se lo escondió a su madre, predicadora: Eunice Kathleen pasó a ser Nina –“niña”, como la llamaba un novio que tuvo de joven–. Simone vino por Signoret, a quien adoraba. Todo quedaba bien definido en la nueva identidad de esta mujer brillante y controvertida.

El éxito llegó con su versión de I love you, Porgy, y su orgullo afroamericano tendría mucho que ver. De niña le decían que tenía la nariz demasiado grande y la boca demasiado carnosa. Lo subvirtió. Nunca se dejó crecer la melena mientras cantaba su intimidad en directo: de las palizas de su marido y mánager, Andy Stroud, a la soledad oscura cuando todos se iban a casa después del concierto, y, cómo no, la rabia que la doblaba por las injusticias raciales.

Gracias al magnífico documental ¿Qué pasó, miss Simone? ,de Liz Garbus, podemos adentrarnos en la vida del mito, escuchar su voz y las de su entorno. La pianista disciplinada y pulcra que tocaba en la iglesia, la joven soñadora con voz de barítono que nadie la definió mejor que ella: “A veces sueno como grava, otras como café cream”; la mujer de sexualidad voraz, rebelde y profundamente cabreada.

Su magnetismo vocal era prodigioso: cambiaba de clave en medio de una canción, introdujo la fuga y el contrapunto en la música popular, apoyada en su desbordado breathiness –el uso de un tono jadeante, sofocado, sin aliento–. En un concierto se levanta del piano, se sacude moviendo frenéticamente las caderas y luego vuelve a sentarse. “Quiero agitar al público tan fuerte que, cuando deje el club donde haya actuado, salgan hechos pedazos”.

Combinaba la altanería y el alcohol con una vulnerabilidad de cristal. Los que la conocieron y trabajaron con ella la describen tan distante y mandona como frágil y sensible. Acerada activista: “Quiero darles la negritud a mi pueblo, devolverles el poder negro”. Se suavizó con la edad y la medicación. Pero en ocasiones decía: “¡Qué calor hace aquí…!” o “¡Tú, siéntate!”, antes de desbocarse con Don’t let me be misunderstood, I ain’t got no-I got life o el My babe don’t care que la recuperó a finales de los ochenta, gracias a un anuncio de Chanel número 5.

Otro hombre / Antonio Banderas

Antonio Banderas se ha inventado otro yo. Estudia en la St Martins School con la generación Z, pronto presentará su colección de ropa, pinta el Gernika con Carlos Saura en 33 días, anda en amores con una holandesa regia y acaba de firmar su acuerdo de divorcio. Palabras lejanas: la casa de Aspen y 60.000 euros mensuales a Melanie. Fueron veinte años de amor. “La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente ser vivida hacia delante”. (Kierkegaard).

Como una cebolla / Rossy de Palma

En Resilienza d’amore, el monólogo que protagoniza en el teatro Español de Madrid, Rossy de Palma corta una cebolla por la mitad para escrutar las capas de la vida, de su vida. Algunas son amargas, otras dulces, pero todas cocinan un fondo de arte insaciable que abre aún más el apetito. Dice haberse encontrado con “muchas cebollas vacías” por el camino, la suya tiene muchos anillos. Rossy es una rara avis y un nombre internacional en la performance de la moda.

Marienbad makeup / Winona Ryder

Qué extraño culto sigue ejerciendo la cinta de Resnais El año pasado en Marienbad, una adaptación del nouveau roman de Robbe-Grillet. Su influjo estético se exhibe ahora en A film as art, en el Kunsthalle de Bremen, e incluye fotos de Outumuro. Menos suerte ha tenido la recreación de Winona Ryder en Delphine Seyrig para la campaña de maquillaje de su amigo Marc Jacobs. Acostumbrada a la polémica, es recuperada como icono aunque no se la reconozca. Ella admite que nunca se ha sabido maquillar.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Serafín Ayala Serafín Ayala

    En esta publicación dentro del blog de “El Boomerang” podemos ver entre otros a Nina Simone, grava y café crema. Trata de una gran mujer disciplinada, pulcra y sobre todo con un magnetismo vocal prodigioso, como prodigioso su talento para tocar el piano. La publicación es muy interesante.

  2. Alvaro Alvaro

    Cada vez que escucho Summertime mi corazón y mi mente me transportan a amores pasados, es como si esos momentos pasaran todos al mismo tiempo en un abrir y cerrar de ojos. Sin duda , la música cuando es interpretada con tanto sentimiento como la sacerdotisa del soul lo hacía en cada performance, es capaz de hacer recordar los más profundos y escondidos recuerdos de nuestra alma.

    Enhorabuena por tu escrito Joana, un gusto leerte

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