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Cricket con ‘piquis’

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No vayas a pedir una coca cola aquí, que te dirán “I’m sorry”, que no sirven bebidas infantiles, pero con la flema en bandeja de plata te ofrecerán gentilmente una agua con gas, soda y lima, si no quieres alcohol. Es mediodía, los jugadores de cricket que participan en el torneo benéfico Flannels for Heroes, patrocinado por Dockers, remueven la hierba del Burton Court –enfrente del Royal Hospital Chelsea– que huele a vela de Dyptique. Los bateadores se marcan un twist de cintura agarrando el palo que ya quisieran las chicas del Crazy Horse.

Londres con sol es un cuadro de Hockney, y este probablemente sea el barrio del mundo donde los hombres mejor visten los pantalones blancos. Hay variaciones: los nuevos gentlemen han anunciando la muerte del calcetín. Bienvenido sea el reinado de los piquis –o salvamedias–. Los más heladoramente modernos le dan una coqueta vuelta mal hecha al bajo del pantalón y lucen tobillo al aire. No les parece mal que se vea el borde, a diferencia de las generaciones de señoras de pies hinchados que tanto lucharon para que el piqui color carne no asomara. Los que medio enseña el diseñador de Dockers, Doug Conklyn –uno de los impulsores de esta tendencia–, hasta parecen de Hermès, blancos y béis como un vendaje pijo. Conklyn tiene uno de esos atractivos que tanto hacen sufrir a mujeres: viril, de mirada achinada, inasible. Vive en San Francisco, donde va al trabajo en skate –espero que los nuevos alcaldes españoles no lean esto–, y, tras su paso por Ralph Lauren, practica en Dockers unas estupendas colecciones para buenos chicos malos, inspirada tanto en los uniformes militares como en los ricos viajeros del Queen Mary.

El sol de Hockney refulge sobre el wicket (un armazón formado por varios palos que defiende un bateador). La gente no le hace demasiado caso al partido. Me dicen que una señora rubia con rostro de telefilm de sobremesa es Twiggy: ¡cuán insidioso es el paso del tiempo! Pasea junto a Vera Day –apodada la Marilyn británica– y Peggy Cummings, que ejercen de líderes entre asombrosas nonagerias que aún conservan los tacones y la picardía. Los jóvenes royals, Lady Amelia y Lady Marina Windsor, y los nietos del Duque de Kent conversan con el Ben Elliot, el sobrino de Camilla Parker Bowles; sonrojados, pecosos, millonarios. El partido benéfico cuenta con el apoyo de Levi´s y Dockers, además del de la familia real británica, y muy especialmente del príncipe Harry, a quien puede verse a menudo enfundado en un Alpha Khaki de la marca. Este evento responde a su compromiso con los veteranos de guerra heridos, que han venido aquí enfundados en sus uniformes de gala. “Estamos aquí las 24 horas, 365 días al año. Si padeces ansiedad, flashbacks o pesadillas nocturnas, llama ahora” proclama Combat Stress, una de las asociaciones benéficas organizadoras.

En mi mesa se sientan los dos actores con más conversación del evento: Paul Blackthorne –se le ha visto en la serie 24 o películas como Dos tontos todavía más tontos– y nuestro Álex González. Con el primero –“creen que juego bien a cricket, pero sólo es la pose”– hablo sobre la indolencia a determinada edad. Qué delicioso es entrar en profundidades con desconocidos. Blackthorne, que participa en diversas causas solidarias, rueda una serie en Vancouver y demuestra que la elegancia es un todo y un nada. Con Álex hablo de la prisa entre dientes, y de su nariz esculpida por un gancho de boxeo. Ríete de Brando. Ahora ha vuelto a boxear, pero sin contacto físico. Una especie de onanismo sobre el ring. Un zapato sin calcetín. Un Londres con sol.

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