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Carta a Reem

No, lo que es duro no es la política, querida niña, sino la vida. Nacer en Palestina, por ejemplo. Criarse en un campo de refugiados, donde, lejos de estar a salvo, continúas viviendo en el filo de un cuchillo. Acariciar el sueño del progreso. Llegar a tener una meta –¡cuánta gente ha pasado de largo por la vida sin tenerla!–. Soñar, con la mirada limpia y la ilusión arqueando las cejas, que irás a la universidad, uno de los más cabales ritos de pasaje que te investirán de conocimiento. El único grifo que puedes abrir tu misma sin necesidad de pedir permiso ni esperar a que alguien responda al otro lado: aprender, comprender, aspirar a ser una ciudadana de primera.

No, lo que es duro no es la política, sino los políticos. Como fräu Merkel, que te respondió como podría hacerlo ante cualquier adversario: con una prosa prefabricada sobre políticas de inmigración, sin tener en cuenta que te hablaba a ti, una muchacha que ha tenido una segunda oportunidad en la vida, que pudo abandonar la pesadilla para iniciar una nueva vida en Alemania, que ha aprendido el idioma con nota, pero también una adolescente en situación tan vulnerable como la de quienes pierden el trabajo, la casa, el pasaporte, solo porque así son las cosas. Merkel, tan profesional y sellada como una caja fuerte, carece de la empatía necesaria para responder con dosis homepeopáticas de verdad. No esperabas que te dijera: “sabes que en Líbano hay miles y miles de refugiados palestinos. Y que si les dijéramos a todos que pueden venir…y también a los africanos… No podemos hacerlo. Algunos van a tener que volver a su país”. O sea, que tendrás que regresar al lugar que te corresponde.

Tú si moderaste la verdad sin resentimiento: “Es muy duro ver que otras personas pueden disfrutar de sus vidas y que tú no puedes hacerlo con ellas”. Con el aplomo que acaba por conferirte una vida provisional. Sentada como lo hacéis las jóvenes, con las manos en las rodillas y la energía pintada en la frente hasta que te derrumbaste. Que la canciller de Alemania, y oficiosamente de la misma Europa, te diga “no” –la palabra más fea del diccionario– debe de colapsar el alma.

“Cambio de paradigma” lo denominan. Un término que de la lingüística pasó a la epistemología allá por los 60, y que hoy expresa la regencia de un modelo incuestionable: un mundo a dos velocidades con la creciente brecha social abierta por la crisis. Parece inevitable que la desigualdad se institucionalice (vallando las fronteras, aceptando que muchos trabajadores nunca volverán a tener un salario…) y que el sistema salte por los aires. No sé si alguna vez hubo orden, el mismo que ahora dicen que se ha desmoronado, Reem, pero si el que nace tiene que aceptar principios como la injusticia o la fractura, la humanidad se habrá injuriado y escupido a sí misma. Por eso es tan importante que las Reem de este mundo sigais preguntando.

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