Saltar al contenido →

El club del cannabis

72

Con qué brío se extiende el club del cannabis por el mundo mientras crece el debate sobre la legalización de la marihuana: desde los estados norteamericanos que la han convertido en una jugosa fuente de ingresos –en Carolina del Norte ya están encargando dispensarios a los arquitectos estrella–, hasta los pequeños pueblos de la Catalunya profunda que, dada la poca rentabilidad de la cosecha, han empezado a plantar hierba entre las tomateras.

Existe una íntima relación entre el paisaje post crisis y el auge de su cultivo y consumo. ¿Razones? Económicas y anímicas. Y una urgente laxitud a fin de combatir el malestar. “Grandes esperanzas: un pueblo español busca su olla de oro gracias al cultivo de marihuana” titulaba hace unos años Euronews. Esta semana en Rasquera, pueblo al que se refería la noticia -con su proyecto de cultivo masivo paralizado por la ley- habrán aplaudido las declaraciones de todo un referente en Hollywood: Morgan Freeman, convertidas en trending topic. Freeman no es un chico malo, como Rihanna, reina del pop y del porro que nunca esconde (lo dejó muy claro el psiquiatra Miquel Casas en La Contra de la Vanguardia: para los adultos no resulta peligrosa, pero a los jóvenes de menos de 25 años puede afectar gravemente el desarrollo del cerebro). El actor afroamericano, con su habitual bonhomía dijo: “La consumo de cualquier forma: la como, la bebo, la fumo y ¡esnifo!”. Sorprendente: sabíamos lo de la tarta de zanahoria pero no que se inhalaba sin entrar en un shock de estornudos.

En algunas ciudades españolas proliferan los clubs privados que han conseguido hacerse un hueco entre el limbo legal y la demanda; una alternativa menos clandestina al camello, a quien por una irracional cautela se le mandaban mensajes en clave: “¿tienes cincuenta euros de Baudelaire?”. Ay, los fumetas tan apestados respecto a los buenos bebedores. La cultura del alcohol ha regido con tronío y cristal de Baccarat en estas latitudes, marginando a la cultura del hachís. La del café Hafa de Tánger, donde tantos progres vips se han fotografiado con pipa, sentados en su terraza colgante para seguir la tradición de masticar con suavidad las horas. “Quizá si te tomas una copa, te calme, pero si tomas dos o tres, estás jodido”, palabra de Freeman. Argumento-fuerza: no hay estadística clínica sobre fallecimientos por marihuana, mientras que los estragos del alcohol están sobradamente documentados.

Cada época ha tenido su droga. Ya lo advirtió Foucault: las hay malas y buenas, del mismo modo que hay música mala y música buena –aunque la música no mata-. Ahí está la leyenda: del láudano de los simbolistas franceses al club de los hachisinos, la cocaína de Freud o las anfetaminas de Kennedy y Churchill. O las pipas de Shekeaspeare. Hacer proselitismo pro-marihuana parece un asunto más anglosajón que mediterráneo –exceptuando a Manu Chao- Desde Frances McDormand y su marido, Joel Coen, hasta Martin Amis, que la recomienda a modo de inspiración, a Lady Gaga y Rihanna.

A menudo la tinta se revuelve ante los pavos yankees y sus puritanos modales, pero no me imagino a Rajoy admitiendo igual que Obama que la despenalización es el camino para desactivar los narcoestados, y de paso luchar con las hipocresías de un estado armado hasta los dientes.

Mito y niño / Leo Messi

Con el paso de los siglos, los mitos han perdido algo de su reverencial solidez: parece claro ya que Varoufakis no será Prometeo, y por mucho que Amancio Ortega sea ya el tercer hombre más rico del planeta, no llegará a Mercurio. Y en cambio el de Leo Messi, a fuerza de no solo de goles y regates imposibles, de títulos y premios, de rentabilísimos espónsores, pero sobre todo de un imán inexplicable, tiene el empaque clásico. Mediapro y Álex de la Iglesia dan fe en el documental “Messi” de su ejemplar storytelling –orígenes humildes, una deficiencia en el crecimiento, traslado a Barcelona, el cielo. Y los prodigios que solemos verle hacer en la pequeña pantalla crecen hasta llenar la grande. Messi, que tanta gloria da a los futboleros, el que saca la punta de la lengua como un niño eterno.

Late un dolor / Lous Doillon

Hija de Jane Birkin y Jacques Doillon, a sus 32 años ha explorado ya todas y cada una de las ramas del árbol genealógico familiar: ha sido modelo –posando y desfilando para Givenchy, Missoni, Tom Ford o Dior– y actriz -a las órdenes de Agnès Varda, su padre o Abel Ferrara–, y en 2012 encandiló inesperadamente con su primer álbum, “Places”. Su canción ICU, es de una íntima y a la vez lenta melancolía; su voz, un quiebro chic. Ahora presenta “Hold on and let it go”, inspirado por la muerte de su hermanastra, la fotógrafa Kate Barry, del que ha retirado todas las canciones compuestas por y para ella. Aún y así, como ha confesado a la revista Numèro, “al final todas aquellas que a priori no tenían nada que ver, están totalmente conectadas”. Douillon, mucho más que una francesita aprendiz de Cohen.

Exquisita sabia / Anna Caballé

Hace unos días recibió en Sevilla el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos por su ensayo: “Pasé la mañana escribiendo. Poéticas del diarismo español’. La frase es de Zenobia Camprubí, y conecta con aquel “Lo mío es escribir” que escogió para uno de los volúmenes de la compilación “La vida escrita por las mujeres”. El empeño de Caballé –nuestra Philippe Lejeune española- por recuperar la memoria íntima y ahondar entre los pliegues de la primera persona abarca toda su obra, desde la valiente y brillante “Francisco Umbral. El frío de una vida” hasta la cegadora biografía de Laforet en el doloroso silencio el después de “Nada”. Fui alumna de Caballé, de Teoría Literaria, y como tal sigo sintiéndola. De todas las personas que conozco es quien mejor escucha.

Publicado en Artículos

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.