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‘Millennials’ en el sótano

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La generación del milenio parecía destinada a cambiar el mundo, hasta que la economía se despeñó y aquellos prometedores jóvenes corrieron a refugiarse en el sótano. Sus habitaciones fueron cobrando un aspecto cada vez más subterráneo, aunque tuvieran la ventana de siempre. Allí se repliegan hoy, tumbados sobre sus edredones de pluma de Ikea, los que fueron apodados “niños de cristal”, principitos consentidos y malcriados por la generación de baby boomers que conoció una nueva belle époque enjoyada con la pantera de Cartier y empeñada en comprar calzoncillos de Calvin Klein en Nueva York.

En los sótanos adolescentes, cuando se entreabre su puerta del cuarto –casi siempre cerrada con pestillo–, asoma una oscuridad con luz de plasma, sea la hora que sea. El estereotipo del joven barrido de esperanza, el ni-ni a quien le han desbaratado los sueños sin contratos ni contemplaciones, causa auténtica pesadumbre a los adultos que cuentan con los dedos de la mano los años que les faltan para jubilarse. En escena entra una vez más la quiebra del principio de retribución: a pesar de los títulos, los idiomas y los ideales, hay escasas posibilidades de proyectar una idea de futuro, de imaginarse siendo mayor; un trabajo, una familia, una hipoteca, una noche en Venecia.

Los adultos apenas podemos modular el sentido del tiempo de los adolescentes, que declina una sensación entre la omnipotencia y la infinitud, como cuando uno piensa que regresará muchas veces a los lugares viajados o que se reencontrará con la gente que azarosamente ha conocido. En EEUU, en 2012, 21,6 millones de adultos de entre 18 y 31 vivían con sus padres, la mayoría de ellos saltando de un trabajo a otro, incómodos con el sistema y acariciando la utopía de llegar a ser “trabajadores del conocimiento”. Tan solo que, por el momento, su futuro dependía del de sus padres. En un análisis sobre ellos publicado por la revista online n+1 hallo una clave extrañamente ignorada hasta ahora: se trata de la primera generación socializada en la desigualdad.

En un estudio llevado a cabo por la profesora Anna Caballé, conocido como “VitaStudens”, se les pedía a jóvenes estudiantes que escribieran su autobiografía y que hablaran de sus expectativas de futuro. Caballé describe a los autores de dichos relatos como ensimismados, abrumados por la gestión continua que deben hacer del ocio y dueños de un sorprendente sentimiento de autoestima. La crisis económica los ha endurecido emocionalmente y a la vez los ha encerrado en un mundo de pantallas. Sus series, sus amigos, sus mensajes, sus Facebook, sus copas, sus porros, conforman su pequeño mundo entendido como una burbuja. Solo que ésta no explota, tan sólo aísla.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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