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Contra las tinieblas

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Una náusea compulsiva, un hueco en el pecho, el ánimo desgajado. Eso es lo que siento ante las noticias de niños asesinados por padres o nuevas parejas de sus madres, además de una cruda incomprensión del mal radical. Porque este es el único nombre -ni desamor o desesperación valen- al acto de utilizarlos como armas arrojadizas en un conflicto de pareja. Me acerco a las noticias de menores víctimas de la violencia machista dosificando la información, precavida. Tengo que leerlas a trozos, no enteras de golpe, igual que me sucede ante las escenas violentas con menores en una película: antes me tapaba los ojos, ahora, sin complejos, le doy al off.

Cómo vamos a entenderlo. Qué clase de piltrafa inhumana cruza el límite entre el bien y el mal dando muerte a lo que más debería proteger. Miro a los pequeños en clase de piano de mi hija pequeña, cómo se sientan tan gozosamente, aplastando las manos bajo los muslos y balanceando las piernas; o las carotas que se hacen cuando empiezan a aburrirse; su inocencia tan diáfana, y al tiempo el único espejo para que los adultos recuperemos uno de los primeros sentidos de la vida: todo parece posible.

Dos niñas de 7 y 9 años fueron asesinadas por su padre en San Juan de la Arena, Asturias. La pequeña Argelys, también de nueve años, enterrada en un pozo junto a su madre, tras morir a manos de quien fue su compañero. Estas noticias llegaban en la semana en la que se celebra en el mundo entero el día contra la Violencia de Género. Desde hace tiempo se viene alertando acerca del peligro al que están expuestas las víctimas más débiles de estos conflictos: los niños, utilizados como pelotas de goma para ser lanzadas al corazón de quien ha enfurecido a la maltrecha autoridad. Save the Children calcula que, cada año, entre 100 y 200 millones de niños presencian escenas violentas entre sus progenitores/cuidadores. Muchos de ellos sufren daños físicos y psicológicos allí donde deberían estar más a salvo, y las secuelas les acompañan toda la vida al extremo de condicionar su vida adulta, incluso la decisión de tener hijos.

Tanto reformar leyes y leyecitas, y ¿acaso se han tomado medidas extremas para proteger a los pequeños en un entorno violento? El programa electoral del PP incluía la incorporación de los niños a los sujetos activos que necesitan protección -en la actual ley figuran como población vulnerable que sufre de forma colateral la violencia contra las mujeres-, pero hoy por hoy maltratadores condenados, hombres violentos, siguen disfrutando de un régimen de visitas. ¿Cómo se puede obligar a abrazar a tu verdugo? ¿Qué perversión del amor familiar es esa? Todas las medidas son pocas frente a los filicidas que nos provocan esta náusea paralizante. Mientras, nuestros representantes andan entretenidos con sus sainetes de politicastros y picapleitos. Esto es urgente.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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