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De ‘it girls’ a ‘it women’

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Ocurrió hace más de quince años en el Florida Park, un edificio enclavado en el Retiro, construido en tiempos Fernando VII, que antes de ser una bullanguera sala de fiestas fue galería de caza e incluso balneario. En los setenta se convirtió en el plató de José Maria Íñigo donde Lola Flores interpretó ese momento cumbre del folklore arrebolado: “El pendiente, Íñigo, no lo quiero perder, por favor”, profirió en plena actuación. A mitad de los noventa, bajo su amenazante lámpara de araña, allí organizamos la entrega de los premios de una revista. Se inauguraba la fórmula de cabecera más patrocinador, photocall, famosos y retorno mediático. Presentaba El Gran Wyoming, y entre los premiados: Almodóvar, Luz Casal o Joaquín Cortés. Pero quien destacó fue la entonces ministra socialista Cristina Alberdi, que al recoger su trofeo criticó agriamente un desfile de diez años de moda española denunciando que aquello suponía un retroceso para la mujer.

Incluso Wyoming sugirió en tono de chanza que le arrebatáramos el trofeo. Pero entonces, las it girls aún no habían tomado las revistas femeninas, ni los premios estaban tan bien amortizados, aún se apuntaba al prestigio y la diversidad de sus valedores. Al cabo de unos meses, comentando el suceso con una ex colaboradora de Alberdi, esta se mostró muy extrañada : “Pero si ella guardaba los rulos en un cajón del despacho y montaba en cólera si se perdían…”. El pelo de las mujeres públicas era entonces anatema. Bigudíes, cepillos duros, espumas y secadores de pie esculpían cabezas trabajadísimas, herederas de Farrah Fawcett o Nancy Reagan, levantando un muro de protección al tiempo que atributo estético. Hoy hay poca peluquería en la política: ni las Anas -Pastor y Mato- ni Susana Díaz o Joana Ortega lucen artificiosos peinados, y qué decir de la propia Ana Botella, cada vez más indie. Pero nos queda Esperanza Aguirre. Nadie luce el brushing como ella. Un clasicismo sénior de quien fomentaba la rivalidad entre sus dos colaboradores íntimos, el taciturno Ignacio González y el campechano Francisco Granados, jinete del Apocalipsis que pasaba por paleto aunque fuera buen conocedor de cómo se manda el dinerito fresco a Suiza. Ahora, Rajoy la considera “un activo de primera”, mientras que la llamada derecha moderna quiere mandarla a jugar con sus nietos.

Probablemente Esperanza se sienta una it woman, etiqueta que defiende mi querida Pastora Vega -a ella le va como anillo al dedo-, en contraposición a la estética aniñada, con botas de cowboy, eye liners de Cleopatra y una exuberancia carnosa al estilo de Sara Carbonero o Paula Echevarría, las it girls españolas entronizadas por los medios off y on line. Sí, después de tantos excesos, corruptelas, cirugías y lacas, mientras ellas anuncian suavizantes y lencería, una nueva generación de it women sin peluquería asiste atónita a la gran debacle, con los rulos en el cajón. Y esa ausencia de peluquería en política no es sino una metáfora de la imperiosa necesidad de desinfección con champús antipiojos a riesgo de acabar con el pelo ralo.

Vuelta al ruedo

Sale airoso -y, sobre todo, inocente- de las dagas de quienes le acusaban de haber saqueado al Barça hasta arruinarlo. Tildado de prepotente, errático en sus exhibiciones festivas con botellas magnum, bellas mujeres y camisetas negras made in Italy, los jueces exoneran al presidente con más logros y proezas, entre ellas, escuchar a Cruyff y encargar a Guardiola que reinventara el fútbol. Ignoro si sus coqueteos con la política le han pasado factura, pero sus dotes de comunicador, su carisma exultante y los cuatro millones de beneficios que parece que dejó al club, lo colocan en posición de retorno. Algún día habrá que escribir la historia de lo que ocurre con héroes caídos y apuñalados, una vez restituido su honor. ¿Podrá ser todo como antes?

Resistencia obliga

No echábamos de menos la provocadora altanería del ministro Wert. Defenestrado Gallardón, cabría haberle supuesto un mayor protagonismo. Pero su baja popularidad y la gallega estrategia de esperar a que amaine el temporal, le mantenían alejado de titulares. Ahora, el inmenso Jordi Savall vuelve a ponerle en el ojo del huracán al rechazar el premio Nacional de Música por el “dramático desinterés y la grave incompetencia en la defensa y la promoción del arte y de sus creadores”. No es ni mucho menos el primero: Javier Marías, Santiago Sierra o Josep Soler rehusaron premios por los mismos motivos. La autocrítica parece urgente. La cultura es de los pocos lugares a los que se puede regresar cuando hace frío.

El bufón cargante

No hay gente tan cargante como quienes se empeñan en ser graciosos. El cantante británico Robbie Williams es un perfecto ejemplo de la desesperación por epatar, abusando de lo que él cree que es humor: su mujer rompiendo aguas en el paritorio y él a su lado, haciendo vídeos y fotos para subirlas a YouTube. Hasta que su esposa acaba por torcer el gesto, en plena cascada de contracciones; aunque a él lo único que le parece interesar es ser famoso. Al abandonar el hospital incluso convenció a la molida partera de que empujara -con dificultad- una silla de ruedas con el papá y su bebé en brazos. Coleridge sentenció que “a ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor”. La del pesado Robbie debe de estar manga por hombro.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Martin Martin

    Que bueno volver a leerte, todo un placer. Un saludo.

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