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Corruptos, bellezas y un soldado

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En Japón, una ministra dimite por haber comprado unos abanicos y entradas para el teatro con dinero público, mientras que en España puede desangrarse un banco, una comunidad o un ayuntamiento sin que se les despeine el flequillo a los presuntos que, con ademán inocentón, pretenden hacernos creer dirigían sus buques olvidando dirigirse a sí mismos. Ya lo decía el poeta: cuanto más largo el amor, más corto es el olvido. Hay incluso corruptos reincidentes, pícaros de alta alcurnia con debilidad por el trato de favor, tan bien instalado en la fontanería del nuevoriquismo que llegó a convertirse en un hecho tácitamente aceptado. También demuestra que ni el buen gusto, ni la altura moral, ni siquiera la estética, se alcanzan mediante el dinero. El ranking de nuestros corruptos es abrumador, tanto que nos hemos convertido en uno de los países con más saqueadores oficiales: En el índice de percepción de corrupción, España adelantó, de 2012 a 2013, diez puestos, su peor resultado en los últimos 19 años.

Ante el morbo del listado de excesos pagados por una caja resucitada con dinero público, abrazamos cargados de esperanza a nuestros talentos globales que saltan fronteras, de Rafa Nadal, que con sus 44,5 millones de dólares ganados en 2013 figura el noveno en el ranking de los 100 deportistas mejor pagados de Forbes, a investigadores como Josep Baselga, Joan Massagué o Valentín Fuster, que forman parte de la élite de la medicina internacional. Hay nombres más pequeños, como el de Carlos Beltrán, que ha obtenido el premio Stephen Smale 2014, un prestigioso galardón internacional para jóvenes investigadores en matemáticas, pero no hacen ruido, que es lo que requiere el santoral mediático, como señalaba Margarita Rivière en su ensayo La fama.

De ahí que, cuando la revista Esquire elige a Penélope Cruz la mujer más sexy del mundo, nos sintamos como en un cuadro de Julio Romero de Torres, y más si el redactor afirma que “no puede ser más bella (…) De cerca, casi hace daño mirarla”. Y aún así, la actriz de Alcobendas conserva ese halo doméstico de chica que se depila los sábados por la tarde en el baño de su casa mientras escucha boleros. “Penélope demuestra una vez más la ausencia de fórmula. Como Kate Moss. Las hay más altas y guapas, pero es única, ya era una estrella antes de serlo”, me dice Melania Pan, exdirectora de Harper’s Bazaar y voz timbrada en la moda.

En otra liga ha jugado el soldado jiennense Rubén López, recién aclamado Míster Universo en Lima, y la algarabía se ha escuchado tanto en programas del corazón como en cuarteles. Además de desfilar de etiqueta y en bañador, al soldado López le hicieron ponerse un traje de torero para alzarse con el título. El síndrome Hemingway persigue a la marca España, aunque nos haga palidecer de espanto.Tenemos overstock de bellezas que hacen suspirar al mundo entero, pero también de tunantes que eternizarán el mito de país de chirigota. Hermosos y malditos, sí, pero no como los de Fitzgerald, sino por separado.

Huir de una misma

Siempre nos pareció asombroso que esta actriz engordara y adelgazara con aparente seguridad para interpretar papeles como el de aquella extraviada Bridget Jones, a quien le obsesionaban a partes iguales los kilos y la soltería. De las Bridgets lloronas a las estoicas Girls de Lena Dunham, el salto generacional ha beneficiado a la condición femenina. Acaso la mutación de Renée Zellweger, que más que ridículo produce compasión, tenga que ver no tanto con la edad como con la pérdida. El mundo se ha sobrecogido al verla convertida en otra persona. Hacerse irreconocible a una misma, borrarse el gesto hasta sobresaltarse ante el espejo, tiene que ver con sacarle punta al puñal narcisista. El siguiente paso es cambiarse la huella dactilar.

Maneras radicales

Siempre me ha apasionado la desinhibición de los ancianos, esa lengua suelta (y sabia) que no entiende de amortiguadores y frenos. Aun así, contemplar al gran Frank Gehry, autor de una arquitectura curvada y sensual, hacer una peineta cuando le preguntan si su arquitectura no es mero espectáculo, produce estupefacción. Viejos rebeldes que ya no están dispuestos a aguantar ningún lugar común acerca de su trabajo, que bailan a ritmo de gaitas, extreman sus discursos y al final se excusan diciendo que estaban cansados por el largo viaje. Los cascarrabias de antaño hoy son punkies de lujo. Octogenarios dispuestos a cruzar la línea de lo políticamente correcto cuando empiezan a sentir el helado aliento de su futuro.

Contra el Presidente

Protagonizó una de las mayores hazañas periodísticas de la historia: destapar el Watergate y lograr que el presidente Nixon dimitiera. Un Hollywood mucho menos frívolo que el de nuestros días lo inmortalizó en aquella joya titulada Todos los hombres del presidente. Acaba de morir a los 93 años, plácidamente en su casa de la capital, Ben Bradley, que colocó al Washington Post -del que fue director entre 1968 y 1991- entre las tres cabeceras más leídas de los EE.UU. En un momento en el que los diarios siguen sacando a la luz escándalo tras escándalo, sin asunción de responsabilidades por ninguna parte, es deseable que la estela de Bradlee siga viva, trascendiendo la crisis de la prensa, que no la de los periodistas.

(La Vanguardia)

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