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¡Que vienen los ‘yummies’!

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Los metrosexuales nunca cuajaron del todo. Causaban desconfianza y aunque sus afeites hipermodernos bien podían distinguirse del amaneramiento, su interés por la imagen no casaba con lo que todo el mundo entiende por masculinidad, que, al igual que la elegancia, consiste en olvidarse de lo que uno lleva puesto, incluso de los propios cromosomas. Ser masculino sin adoptar pose de cowboy, de ángel del infierno ni de ejecutivo alfa envuelto en tejidos made in Italy es uno de los desafíos de los llamados yummies (acrónimo de young urban men), que, según la prensa anglosajona, están multiplicando las ventas tanto del sector del lujo como del nicho de la cosmética pour homme.

Agotados los hipsters, con sus camisas de leñador y sus gafas de diseñador gráfico, la prosopopeya del marketing abraza la nueva etiqueta, que considera deliciosa, además de rentable.

Hoy, ocho de cada diez hombres utilizan cosméticos. Lejos de estancarse, la consolidación del cuidado personal más allá del aftershave, incluyendo desde antiojeras a reafirmante, forma parte de un nuevo mainstream que mezcla en el mismo tarro la coquetería con la nueva sensibilidad del líder -más horizontal que vertical-: el jefe sin despacho y con New Balance deseoso de descomprimir y escapar de la armadura de la hombría.

Cierto es que el hombre excesivamente perfumado, engominado y conjuntado se estigmatiza a sí mismo. Porque los mandatos de los iconos-macho, de Steve McQueen o Sean Penn, contemplan la homogeneidad del género, ni por exceso ni por defecto. Por ello los yummies parecen desacomplejados, pero a la vez lo suficientemente narcisistas como para abrazar el reinado de la moda. Esta semana ha tenido lugar en Italia y en París la pasarela masculina por la que han desfilado desde clones de Tom Ripley según Pal Zilheri hasta los pañales grecorromanos de Versace, pasando por los festivaleros de Dolce Gabbana, que adoptan camisas estampadas con motivos españoles: mihuras y claveles reventones, o los chicos malos de Saint Laurent. Mientras, en Brasil, después de una inflación de monográficos en la prensa sobre modelos, culos, chanclas y colores chillones, asistimos a otra pasarela. La de los cracks sobre la hierba o los caníbales -como el mordedor Luis Suárez, apasionado y animal donde los haya-, que más allá de sus proezas deportivas crean escuela de estilo. Ellos son los otros yummies: veinteañeros amantes de lo caro que se tiñen el pelo y lo nutren con infinidad de productos, llevan bolsas con logos sobredimensionados y se atreven con looks que prohibirían a cualquier empleado de empresa pública o privada. En internet te enseñan a peinarte como Neymar o Bale, y se celebra al latin lover de Pirlo o al macarra-chic de Cristiano. En las filas de héroes caídos españoles tenemos a Piqué, ejerciendo de padre y amante impetuoso; a Xabi Alonso, que sustituye los tatuajes por buenas corbatas; o a Cesc, de los más elegantes porque parece ausente cuando calla, que demuestran que no existe masculinidad en singular. Hablamos, pues, de masculinidades.

El último ‘chansonier’

Cierto es que tratar de vislumbrar el futuro es, sin duda, una ingrata tarea. Ya lo dijo Baudelaire: el tiempo es un jugador ávido que siempre gana, sin necesidad de hacernos trampa. En 1958, el crítico de turno demolía a Charles Aznavour, recién liberado de las cadenas doradas de Édith Piaf: “Su físico irrita, sus gestos molestan, su voz… ¿qué voz?”. El tiempo dejó en ridículo al plumilla, y Aznavour ha mantenido la partida durante casi siete décadas. El pasado jueves, recién cumplidos los 90, cantó en el Liceu un sublime Désormais. Con los últimos acordes de La Bohème lanzó su pañuelo blanco al público, y abuelos y jóvenes se pelearon por el souvenir del último y seductor chansonier.

El dinero es humo

Los seis hijos de Sting (62 años) saben que no tendrán mucho dinero cuando su progenitor fallezca, a pesar de que haya amasado una fortuna de más de doscientos millones de euros. Ya desde los tiempos de The Police, tuvo fama de complicadito, y ahora imparte una lección moral dickensiana sobre el esfuerzo y las responsabilidades. Con su gesto se sitúa en la línea de los Gates y de aquellos millonarios que no se contentan con reducir la herencia familiar sino que lo hacen público. Otro tipo de publicidad humillante altera a los que piensan si no deberían salir al encuentro del millonario Jason Buzi, que ha anunciado que viene a Madrid a regalar dinero. Sí, más humillante es la pobreza.

El benjamín con pedigrí

De casta le viene al galgo, y no precisamente de la que no se le cae de la boca a Pablo Podemos Iglesias. He escuchado a Alberto Sotillos, sociólogo, hijo de periodista que fue portavoz del primer y triunfal gobierno de Felipe González, y su coraje verbal suena bien diferente al del aparato socialista en este trance de quiebra y urgencia. Veintiocho años, izquierdista (opta por la “refundación” del partido) y digital (es experto en comunicación política), considera que Madina y Sánchez “forman parte de la vieja política”. Los militantes de base han expresado su confianza en él, aunque no lo haya llamado ningún barón. Pero le faltarán los avales: “Ese sistema medieval”, ha dicho.

(La Vanguardia)

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