Saltar al contenido →

La moda, ese oficio temerario

1

A mitad del siglo XX los modistos no eran aún diseñadores, y vestían bata blanca, de maestro de taller, o sujetaban los alfileres entre los labios como Coco Chanel, que medio poseída pinchaba a sus clientas cuando moldeaba los tailleurs encima de sus cuerpos. ¡Cómo le molestaba eso a Brigitte Bardot! Cuando reapareció con setenta años después de un largo autoexilio en Suiza, desmontaba mangas sin boceto previo dando indicaciones a la première d’atelier. Decía que trabajaba “en cólera”, con los nervios tensos, con la perfección pegada al aliento.

Hollywood la encumbró a ella y otros couturiers, que se convirtieron en mitos. Con el boom del prêt-à-porter y la hegemonía social de la moda llegó el show. Y desde Gianni Versace y su fama leonina en los ochenta a las excentricidades de John Galliano en los noventa, se evidenció que el oficio, con la presión de las multinacionales del lujo, podía llegar a ser altamente peligroso. A Versace lo asesinaron en Miami. Un loco, dijeron, o un asunto pasional. Y Galliano acabó defenestrado por el emporio al que había entregado sus últimos 15 años, multiplicando ventas. Años de adicción que nadie, ni los propios relaciones públicas de la firma, disimulaba; y que no invalidaron el talento y barroquismo pop del creador, capaz de actualizar la siluetas años cincuenta de Dior, adormecidas y rancias. Pero una mala noche dio al traste con todo.

El dictado de la industria de la moda, que exige ser genial ya no dos veces al año, sino cuatro, ha golpeado a sus criaturas más mimadas. Desde los suicidios de McQueen, L’Wren Scott o, en España, Manuel Mota, al despido de Marc Jacobs por LVMH. Ahora Galliano admite su enfermedad, pero también anuncia su revancha contra el mundo que le ha satanizado por su intempestivo “amo a Hitler” en estado catatónico. “Mi mejor colección está aún por llegar, el nuevo Galliano será más grande y más fuerte” declaró a Le Point, en una entrevista con un neuropsiquiatra. Definitivamente, los savages han sido reemplazados por minimalistas urbanos.

En España, los diseñadores de pasarela, aunque no se forren, siguen manteniendo sus tres minutos de fama. Caso aparte es Felipe Varela, el descubrimiento de la reina Letizia, sin desfiles ni entrevistas, pero el único español que tiene tienda en la prohibitiva Ortega y Gasset. Varela responde a suaves y educadas maneras, y es riguroso y discreto: 45 años, casado con un cubano, Jael Norberto Vázquez, y formado en la prestigiosa escuela Esmod de París. A partir de aquel traje grosella con jaretas horizontales que Letizia llevaba al lado del Dior de Bruni, su nombre se ha internacionalizado y viste a otras realezas. Musculado -rozando la vigorexia-, con gorra y gafas de sol, este madrileño que trabaja con sus hermanos, no forma parte de la Asociación de Creadores de Moda de España. Sus colegas le reclaman ahora a la flamante Reina que rompa la exclusividad. Mientras, Varela guarda silencio, consciente de que la envidia, como señalaba Unamuno, es la gangrena del alma. Española.

Chica de portada

La juez Mercedes Alaya demostró que incluso las mujeres clásicas, como ella, son prácticas, y se enchufó un trolley a juego con sus trajes sastre. Severa, con la piel blanca y un rostro antiguo, adquirió fama de indomable, como ahora la define la revista Vanity Fair. Hace unos meses sentí un gran alborozo cuando la vi disfrazada de novia, renovando los votos con su marido.

Ahora descubrimos que una de sus frases recurrentes es: “Vamos, que tenga yo que aguantar esto por 3.500 dichosos euros”. Pero, lejos de agrandar al personaje, esa afirmación de que no trabaja por dinero refleja la pulsión del poder y el amor por las cámaras. Pocas veces una magistrada se ha vestido de gitana en la Feria de Sevilla…

‘Something Wild’

Otra historia clásica de Hollywood. Un latin lover -que no hablaba inglés- a la conquista del Olimpo se encuentra con una rubia “algo salvaje” que se codeaba con los mejores (Arthur Penn, Sidney Lumet, Brian De Palma, Woody Allen…), y a la que le atraían los chuletas. Se enamoraron y ella se tatuó un corazón con el nombre de su amado. La carrera del encantador Antonio despegó, pero la de ella se estancaba. Griffith parecía feliz, con

su dulce acento yanqui, tras la estela de Hemingway en los toros y las procesiones de Málaga. Hoy Banderas produce, dirige, apadrina… Melanie tiene 56 años y, días después de anunciar el divorcio, ha empezado a maquillarse el tatuaje y el corazón.

Sin complejos

“No se puede ser lo que no se puede ver” reza una máxima que ha inspirado al gigante juguetero Mattel, creador, en 1959, de la muñeca que ha adjetivado a miles de mujeres, a menudo para poner en duda su valía y credibilidad. Hoy, en cambio, las barbies de carne y hueso, esas rubias flacas con pecho y tacones, ya no deben de temer la humillación que les suponía la etiqueta.

En la última feria de juguetes, se presentó ni más ni menos que la Barbie Emprendedora, con un smartphone y la tableta incluidos. Definen a esta muñeca como elegante y ¡descarada! “Si lo sueñas, lo puedes tener. #sin_complejos” reza el eslogan. No entiendo la etiqueta, tratándose de Barbie en Silicon Valley: “Muy, muy rosa”.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *