Aquellos que legítimamente discrepan de la monarquía, incluso los enemigos de la institución, no hicieron aquelarre, pero ilustres apellidos, y los antaño melosos cronistas arrugaron la nariz de mala manera. Aunque, en verdad, con la llegada de Letizia todo se profesionalizó. Empezando por los periodistas que cubren las informaciones de la Casa Real, primeras figuras en los medios, y siguiendo por los discursos del Príncipe, con más fondo. La prensa internacional señalaba estos días un hecho inaudito: los Príncipes haciendo cola en los madrileños cines Renoir, callejeando de la mano, “mezclándose entre la gente”. ¿Cómo no iban a mezclarse si ellos mismos son el resultado del inédito cruce entre las tiendas del barrio y las diademas de Victoria Eugenia?
Observo la imagen que han colgado en el recién estrenado Twitter de la Casa Real, un acierto en la nueva política de comunicación de la Zarzuela para desencastrar caspa y secretismo, y en su lugar demostrar cómo se ganan el sueldo. En diez años y sin salir nunca del foco Letizia no ha metido nunca la pata y, en cambio, ha aportado frescura, nervio e hiperactividad a la Corona. Aún y así, el cainismo hispano la ha crucificado: que si es distante, que si come pipas con los guardaespaldas, que si bebe tequila, que menudo carácter tiene… Sus salidas de palacio han suscitado tanta expectación como las orgías de María Antonieta. Y siempre el recuerdo de aquella frase, su bestia negra, por la que fue tildada de ambiciosa, incontinente e inexperta: “Déjame hablar”. Esas palabras se cruzan a menudo entre tantas parejas, entre el cariño y la dulce regañina, cuando quieren explicarse. Jamás las consideré un error, a pesar de la espontaneidad. Más bien una declaración de principios que determinaba un nuevo punto de vista respecto a la monarquía, articulado por una mujer que le daba un giro a la historia. De igual a igual.
Dicen que la lluvia en una boda augura un matrimonio duradero. El de Felipe y Letizia suma ya diez años, a la sombra de una crisis sin precedentes en el reinado de Juan Carlos. Aquel 22 de mayo de 2004 los príncipes prometieron ser fieles “en la prosperidad y en la adversidad”. Y son tiempos de lo segundo en la casa real española.