Saltar al contenido →

Risa con espinas

port

Confieso que también sentí estupor al contemplar la risa de Rosario Porto, la madre de la niña asesinada en Santiago. Ese natural desenfado, provisto de la ligereza refrescante que muchos consiguen transmitir cuando sonríen… A primer golpe de vista parecía incluso una risa alegre. La escena, captada desde lejos y entre árboles, desprendía el halo de imagen furtiva, robada, lo que aún rubricaba más su ignominia. Porque en las películas sólo los malvados sonríen mientras la policía busca pistas del crimen de tu propia hija. La ficción, como estructura mental que ha organizado las reacciones humanas y nuestro imaginario colectivo -estereotipándolas de paso-, reescribe el guión del dolor con estilo noir. Reírse en medio del drama es un acto indecoroso, y a la vez desafiante. Y si esa risa nos llega a través del ojo de una cámara el juicio es inmediato. Porque bajo el impacto de la noticia del asesinato de una niña en el que los padres son detenidos como presuntos sospechosos, la división entre el bien y el mal está cantada.

“Se trata de una risa social”, afirmaba el otro día una experta en semiótica, al tiempo que denotaba su percepción de la madre como una mujer experta en manejar la distancia social, acostumbrada a interactuar, incluso con los policías que la llevaban detenida. No en vano es abogada. Reírse. Es innegable el grado de ofensa que puede entrañar fuera de contexto. Su poder hiriente, el desprecio que supone en un marco de desgracia, cuando alrededor domina la conmoción. Puede que fuera la única sonrisa en 48 horas de Rosario Porto, o que se tratara de una reacción espontánea ante un comentario animoso. Incluso de un mecanismo de defensa. Da igual. En el crimen de Santiago ya se ha escrito la mitad de la sentencia con los antecedentes: hija adoptada, y superdotada, que a veces tomaba medicación fuerte, madre con crisis de ansiedad, separación de los padres, abuelos recién fallecidos, y mucho dinero, una copiosa herencia patrimonial. Y si le sumamos el retrato psicológico de una de las supuestas culpables, al veredicto le acompañan en nuestra mente redobles condenatorios.

Es remarcable cómo hemos acostumbrado no sólo la mirada sino también el juicio a la edición de la realidad. En nuestra sociedad panóptica y sobreinformada, instagrameada, tuiteada y youtubeada en directo, sólo cuenta lo que se ve. A pesar de que la filosofía nos ha prevenido contra las apariencias, hoy somos capaces de invadir la intimidad, de conocer cada una de sus teclas, y de sacar conclusiones rápidas gracias a la fijación de una imagen. Mientras le rendimos culto de manera desesperada, aferrados a lo visible, una parte de la vida subterránea, insondable, inconsciente, sigue oculta. Y se nos hace excesivamente arduo enfrentarnos a ese “por qué” sin cámaras de por medio, como si la realidad fuera un largometraje en 3D.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *