Saltar al contenido →

Cuando Cupido es un algoritmo

Michael Dweck

Hace bien la campaña de Coca-Cola en recordar que hubo un tiempo en que los bares eran lugares donde se ligaba. Esa nostalgia de la poética del bar, con su cruce de miradas de punta a punta de la barra -asistida por unos taburetes que favorecían la inclinación del cuerpo hacia delante, como en propulsión para iniciar el cortejo-, ha sido sustituida por la asepsia de la pantalla. Sin humos y con amplias cartas de infusiones, incluso con tickets para pedir la bebida o ir al baño, los espacios con mística han sido sustituidos por los llamados civilizadamente “establecimientos de ocio y recreo”, caracterizados por la actual ideología de parque temático. Mientras el roce humano o la caída de párpados en un bar resultan hoy embarazosos o grotescos, más de la mitad de los solteros buscan pareja a través de los portales de citas on line. Pero, aparte de la creciente aceptación social de un asunto que hace no tanto era poco menos que reducto de raritos, el mundo del ciberligue se ha convertido en un floreciente negocio que, el año pasado, superó los 2.000 millones de dólares de ingresos en EE.UU. y Europa.

Internet se considera un buen sitio para ligar, aunque sin demasiada reflexión sobre cómo cercanía y distancia se confunden hasta el extremo de enmascarar la verdadera identidad. Y no por principios, sino porque el ritual activa las teclas de nuestra esfera imaginativa. El tiempo de espera entre mensaje y respuesta, las frases cortas, el suspense, el cling del correo que trae el OK esperado y, sobre todo, el juego adictivo de flirtear atrincherado tras una pantalla, sin ver ni oler al otro, componen una nueva cartografía prometedora para editar un nuevo amor.

Las gurús en estos asuntos sostienen que los hombres le dedican mucho más tiempo que ellas e incluso mantienen varias implicaciones emocionales a la vez, mientras que las mujeres confiesan aficiones más convencionales, transmiten cierta pasión o entusiasmo al expresar sus principios y saben mentir lo justo y necesario. Porque un 80% de los consumidores de ciberligue miente, según un estudio de la Universidad de Cornell. Esas cosillas: edad, kilos, centímetros, asuntos de familia e incluso trabajos estupendos. Cuando Cupido se convierte en una puntocom, la química se sustituye por el algoritmo. Los solteros que practican suelen declararse cansados, agotados de tentativas infaustas. Pero lo más asombroso de todo es que, en el caso de quienes conocieron a sus parejas a través de un portal y han prosperado, abundan los que deciden confeccionar un relato diferente, inventar una nueva biografía para su nueva historia de amor: decir, por ejemplo, que se conocieron en un bar…

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Nada como un buen bar, amigos, y cerveza.

  2. Regina Regina

    Y cerveza. Y vino. Y el pintalabios en la copa. Y ese roce equívoco en la espalda de camino al baño para retocarte el pelo y añadirle un poco de perfume al cuello para que, al segundo roce, consigas que gire la cabeza. Y la música. Y el calor del bar. Y la textura de la voz. Y los olores. Los gestos del camarero. El ritmo del bar…Queridos bares.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.