Saltar al contenido →

La cama, esa isla

e72ef3cd0aad6e205afe713acf4eaf6c

La cama ha desplazado al sofá. Acaso porque su invitación a la horizontalidad resulta más rotunda, pero sobre todo es su recogimiento el que atrae. No hay mayor símbolo de la propia intimidad que donde dejamos caer el cuerpo fatigado o la cabeza hirviendo. Un dormitorio siempre es portador de una atmósfera privada: las sábanas que ha rozado el cuerpo, la almohada que algunos contraen para abrazarla igual que los niños hacen con sus muñecos, la luz de la mesilla como un indicador de la penumbra que nos protege. Cada vez son más quienes leen, navegan, ven series, hablan por teléfono e incluso comen o beben en la cama. Los diseñadores han ampliado los chasis de los lechos, transfigurando el clásico marco rectangular alrededor del colchón en una verdadera isla que invita a la actividad en reposo. En la cama yo me siento a salvo. No hay mejor lugar para hablar con una misma y tratar de entenderse. Nunca he alardeado de dormir poco, aunque ha habido épocas, sobre todo durante los embarazos, en las que veía amanecer a diario. Hoy, en cambio, estoy abonada a las ocho horas de sueño y en cuanto puedo, me enredo más y más en sus hilos. En mis sueños, debo dar explicaciones a la policía por desprogramar un mando de televisión, o paseo con muertos que escriben sonetos. A menudo, las sobras del sueño permanecen en el ánimo del nuevo día y arañan el noos griego, esa parte elevada del alma.

Leo a Matthew Walker, profesor de neurociencia en la Universidad de California Berkeley y autor del ensayo ¿Por qué dormimos?, quien advierte sobre el desarrollo de un problema de salud pública debido a la reducción del descanso. E insiste en desterrar la idea que prevalece entre los hombres y mujeres de acción de que acumular horas despiertos es un signo de fortaleza mental, mientras que dormir equivale a flaqueza y falta de fibra moral. “Siempre me ha llamado la atención que Margaret Thatcher y Ronald Reagan, dos estadistas que alardearon orgullosos de dormir apenas cuatro o cinco horas, desarrollaran la enfermedad de Alzheimer”, escribe Walker, que añade: “El actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también un vociferante profeta del dormir sólo unas pocas horas cada noche, tal vez debería tomar nota de ello”. Esa fanfarronería del exceso de vigilia parece ya caduca. La ideología del bienestar impone una higiene de rutinas. Los españoles descansan una hora menos que la mayoría de los europeos; su necesidad de alargar el día robándole horas al sueño nace de la ilusión por vivir, aunque sea un espejismo. Y es que, excepto en la enfermedad, todo aquello que puede hacerse yaciendo en la cama responde al placer de sentirse vivo en posición horizontal.

Publicado en La Vanguardia

Un comentario

  1. Martin Martin

    Maravilla.
    Una nota al dorso, se estima que se está regresando al libro en soporte papel en detrimento del kindle y parece que la cama y el sofá con su lámpara penumbrosa que nos retrotrae a las noches de resguardo y paz de la caverna, la palloza, la jaima o el iglú, tienen mucho que decir al respecto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.