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La buena reputación

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Según el oráculo Google, los alemanes preguntan repetidamente si los españoles somos árabes, mientras que a los po­lacos e italianos les produce inquietud que no cantemos un himno nacional –qué fortuna la nuestra; sólo nos faltaba que tuviera letra–. Los franceses se interesan por los horarios, la siesta y sobre todo la cena, pues deben de prepararse mentalmente para “despedirse a la inglesa” que es como le llaman ellos a nuestro “despedirse a la francesa”. Así de relativas son las idiosincrasias y los tópicos. El recuento de cómo nos ven los de fuera también arroja una información indigesta: los británicos están empeñados en relacionar nuestro idioma y nuestro desarrollo económico, intentado averiguar a través del buscador por qué son más pobres los países donde se habla español. No dudo en que, en su ignorancia prejuiciosa lo perciban como un idioma hecho para la fiesta, exótico y rumboso igual que se ponen ellos cuando dicen: “Un poquito, por favor”.

Cada época tiene su Macarena global, y ahora es un Despacito que cantan hasta los de Colorado, al tiempo que la palabra tapas está escrita en un callejón sin salida de Shibuya, en Tokio, e incluso los birmanos saben decir bravo. Siempre ha sonado exótico chapurrear alguna palabra de español. Un idioma de pobres, de realismo mágico, de saetas y puticlubs, con cerca de trescientas mil palabras en sus diccionarios.

El alto comisariado de la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, que podría haber sido un personaje de Goya, ha anunciado ufano que la imagen de España ha escalado hasta el puesto 13 del ranking de naciones mejor valoradas, obteniendo 74,6 puntos en el informe Country RepTrak 2017. Es el país que más crece en reputación, por encima de la mayoría de nuestros vecinos europeos: Francia, Italia, Alemania, Bélgica y Gran Bretaña. Sin duda ha sido un excelente trabajo de relaciones públicas, con Nadal incluido en todos los vídeos.

En cambio, en la piel de toro, agrietada y a un paso de perder una manga, el escepticismo sigue barriendo hacia fuera, soñando una vida en Nueva York o en Bali. Ni el desapego catalán, ni el ruido político, ni la precariedad juvenil, ni tan siquiera la pasarela de corruptos que nos interroga acerca de ese espíritu chanchullero y sin IVA tan patrio, ha inhibido a los guiris, que nos ven mucho mejor que nosotros mismos. Un país acogedor, respetado, seguro, con AVE y Calatravas, optimista, donde no hay atentados.

En La buena reputación de Ignacio Martínez de Pisón, una historia de familia, se narraba de qué forma las herencias del pasado condicionan la necesidad de encontrar nuestro lugar en el mundo. El de España sigue siendo la postal de sus 7.905 kilómetros de costa, la paella con sangría, la campechanía y el very good. Es difícil no ser escéptico y confiar en que se airea un imaginario alimentado durante siglos con guitarras y claveles. España ha tenido pocos filósofos, sí, pero en mística es invencible.

Publicado en La Vanguardia

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