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Estilismo de campaña

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Pablo Iglesias, a tono con esta resacosa campaña, se ha aflojado la coleta marcando distancias con el corte esculpido de Rajoy, la impoluta raya a la izquierda de Sánchez con un mechón cano que demuestra su graduación en política y el estilo más deportivo de Rivera, a quien en algunos mítines se le caracolea el pelo en el centro de la frente. Iglesias ahora pasea la coleta floja, igual que las estudiantes de los liceos franceses. Cuando lo entrevisté para Magazine Fashion &Arts mantuvimos una intensa conversación sobre peluquería. El pelo de Iglesias es un sistema en sí mismo, icono de la nueva política. ¿Cómo no querer aprovecharlo en un retrato para mostrarlo con una imagen distinta a la de siempre? La que tan bien controla.

Al llegar al estudio, el fotógrafo Outumuro le contó en un aparte lo que quería hacer, la luz y el enfoque. Le dijo a todo que sí, excepto a lo de soltarse el pelo. Momentos después conversé con Iglesias acerca de los retratos anodinos de los políticos, de cómo pasaron de fotografiarse soñadores, como Kennedy junto a la ventana del Salón Oval, o de posar intrépidos en bañador como Fraga en Palomares, a ofrecer una imagen tediosa. Le insistí en lo de la coleta y me mostró el pelo, suelto, frondoso y ahuecado. Por un instante me sentí Llongueras. “¿Y si lo mojamos?”. Momentos después movía libre su melena ante el asombrada objetivo de la cámara.

La coleta de la radicalidad frente a la casta resume una estética que se aloja en su aparente ausencia. “No creo que un político tenga la obligación de vestir de una determinada manera. Nosotros decimos: ‘Júzgame por lo que haga, no por lo que lleve encima’”, confesaba. La imagen es un mensaje. Cotiza alto. Remueve un frenesí de asesores, aulas de telegenia y estilistas. Por mucho que la filosofía haya tendido a condenarla por superficial, chaquetas y zapatos tienen un innegable poder: el de crear relato e identidad. Por eso hay que dar con el traje perfecto, como los italianos que elegía Elena Benarroch para Zapatero. El mantra es la naturalidad, aunque no siempre funcione y pueda provocar hilaridad. A su favor se aduce que “humaniza”, como si por ser políticos no lo fueran del todo.

La pérdida de protagonismo de las corbatas se ha acusado desde la entrada de Iglesias y Rivera en escena. Desencorbatarse en política viene a ser como quitarse los tacones en Cannes. Un gesto a ratos forzado, pero elocuente para alinearse con la tendencia del “puertas afuera”. Con todo, aún define perfiles. En el debate a cuatro televisivo, Rajoy y Sánchez parecían haber convenido por WhatsApp el color de las suyas; Rivera se la quitó, más informal, e Iglesias iba con una de sus camisas blancas que no pican y arremangado como un mago. Hoy el estilo casual ha ganado en política, excluyendo el sartorialismo, mientras que los imputados como Mario Conde lucen blazer cruzado y corbata lila.

Cuando Rivera posó ante Outumuro con camiseta negra, unos jeans y descalzo murmuró: “¡Qué gusto, así es cómo iría siempre!”. Él no vive al margen de la ropa, aunque apenas tiene tiempo para ir a comprarse algo. A Rivera le queríamos mojar entero. Camiseta empapada, cabello, gotas de agua sobre el rostro, como esas fotos tan Actor’s Studio, donde gracias al agua puede capturarse una expresión genuina, auténtica. Declinó amablemente la propuesta con la siguiente lógica: las fotos en internet las carga el diablo, luego pueden utilizarlas para una inundación en un meme. Con la Harley, en cambio, no rechistó. Tal vez Pedro Sánchez , a quien se le ha crucificado por su apostura, no lo hubiera hecho, cuidadoso con aquello que le pueda restar veracidad. Ken, le llaman algunos compañeros conspicuos; y acartonado fue su adjetivo tras el debate. La presión es capaz de consumir a cualquier valiente. Rajoy, por su parte, ha revuelto las aguas de su proverbial quietud embronqueciendo el discurso. Quizá está siguiendo el consejo del poeta latino: “Mezcla a tu prudencia un grano de locura”. Su barba por fin se rinde a las canas y sus gafas son ahora invisibles gracias a las varillas montadas directamente sobre los cristales. Un mensaje de prórroga: “O nosotros, o ellos”. Los clasicones o los descamisados.

(La Vanguardia)

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