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Cuando Laforet se perdió en Calafell

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A finales de los años cincuenta despuntaron unos jóvenes poetas “nostálgicos y etílicos”, como describiría Carme Riera al llamado Grupo de Barcelona, que crearon escuela. Uno de ellos, Carlos Barral, recibía a los amigos en su botiga de pescadors de Calafell, junto a su mujer, la magnífica Yvonne Hortet –fallecida este verano–. Y lo que allí se alumbró, los innumerables golpes de genio y las vanidades regadas con bourbon, ha quedado debidamente referido en crónicas y fotos de aquella gauche al sol, con pitillo, sonrisa burlona y bañador Meyba.

“Estancias sobre la conveniencia de pintar las vigas de azul”, se titula uno de los poemas de Barral en el que evoca aquel color de los veranos resignadamente alegre que luego describiría en Años de penitencia: “Es una casa muy pequeña, con gruesas paredes de piedra y adobe, encaladas, y vigas y postigos de pino, pintados con el azul ingenuo e implacable, típico del país”.

Aquel paraíso de la infancia, la casa heredada del padre, se transformaría en parada y fonda del olimpo literario que tanto gustó de las tertulias con sandalias –desde García Márquez o Vargas Llosa, Ferrater, Goytisolo, Matute, Esther Tusquets o Juan Marsé–. Las latitudes tarraconenses siempre han tenido menos glamour que la Costa Brava; allí germinó una literatura más social y descamisada. Pero gracias a Barral, aquel trozo de costa mediterránea sencilla y espartana, se recubrió de crocante. Tanto era así, que Juan Benet, en un artículo publicado en Revista de Occidente, aseguraba que Barral “producía a su alrededor un efecto de aceleración en virtud del cual nadie podía quedarse atrás y empujados por la fuerza centrífuga se movían como la excéntrica”.
Pero hubo alguien que se quedó atrás. Que no pudo sobreponerse a su indiferencia. Ocurrió un verano de hace más de medio siglo. Una mujer agobiada por el éxito. Por el original de la nueva novela que Lara ya había pagado y esperaba pacientemente. Por la inseguridad y el extravío. Carmen Laforet.

Cuando se revisan los retratos de escritoras españolas de la época, el de Laforet destaca del resto por la expresión de una modernidad apabullante en aquella España aún tan precaria en sus formas. No había entrevista que no empezara destacando su melena rubia y ondulada o su porte de niña de bien que fumaba frente a la cámara. Elegante, con un gesto esquinado y todas las cartas a su favor, podía parecer una mujer altiva, indiferente, asunto que en la apasionante biografía sobre la escritora, Carmen Laforet, una mujer en fuga (RBA) –premio Gaziel 2009–, sus autores, Anna Caballé y Israel Rolón, liquidan de un plumazo al detallar el peso de su insoluble conflicto entre vivir y escribir. Y de qué modo las inseguridades de todo tipo, empezando por una falta de formación intelectual, fueron engrosando el bloqueo por el cual la autora de Nada –una novela redonda que a día de hoy se sigue reeditando y prescribiendo– dimitió de la escritura hasta el extremo de padecer grafofobia.

A partir de 600 cartas en las que Laforet muestra tanto sus inquietudes literarias como existenciales, Caballé y Rolón descongelaron la imagen paralizada de quien, tras ganar el Nadal con 23 años, fue rompiendo cuartillas y boicoteándose con mil excusas. Y no porque no tuviera nada que decir, sino porque luchaba contra la presión autobiográfica, amputando justo la raíz de su escritura.

Carmen Laforet decidió alquilar una casa en Calafell en 1961 porque unos meses antes había coincidido en Madrid con Barral y Jaime Salinas. “Pasamos un par de horas estupendas charlando, de esas veces en que uno se siente a gusto”, le escribió a su amigo Emilio Sanz de Soto. Hablaron de literatura y del mar, de Calafell, y la escritora empezó a fantasear con aquella nueva amistad y los proyectos que podían surgir. Por ello, aquel verano alquiló una casa muy próxima a L’Espineta, donde se instaló un 20 de junio de 1961 con sus cinco hijos, sus dos sirvientas, la emergencia de avanzar en su nueva y retrasada novela, y sobre todo, con la ilusión de frecuentar aquellos que admiraba y que podían reforzar su vocación literaria.

Todo se torció cuando, recién instalada, se encontró fortuitamente con Carlos Barral en un café, hablando con Juan Marsé. “Ella, alegre por el encuentro, se paró a saludarle”, –escriben Caballé y Rolón–. “Fue tan frío que me quedé azorada. Me dio la impresión de que creía que había venido a veranear a propósito, junto a su casa, para ganar con su amistad el Premio Formentor o algo así”, le escribiría unos días después Laforet a su amigo Sanz de Soto.

Aquella mujer altamente vulnerable se sintió tan herida por la actitud de Barral –procediera de la arrogancia, del desdén con el que trataban a Laforet gran parte de los intelectuales, o de un encuentro y un ánimo a destiempo– que hizo lo imposible por no volver a cruzarse con él en todo el verano. Pero sobre todo se sintió errante. “Se acostumbró a instalarse en la terraza de un hotel donde no había más que extranjeros, ubicada en el otro extremo de la playa, lo más lejos posible de la terraza de Barral, buscando allí un poco de aire para escribir como alguien que está ahogándose”.

En Calafell, Laforet alargó su sombra de gretagarbismo y corrió a acondicionar el silencio como refugio. Ni su espíritu nómada, ni las anfetaminas, ni el aliento que le dedicaban algunos amigos que creían en ella, como Ramon J. Sender, consiguieron reavivar el pulso agónico de aquella prometedora escritora a quien no le salía la voz porque otra voz le obligaba a callarse.

Los veranos dejan cicatrices más hermosas que el invierno. El castillo de arena derribado por una insignificante ola. Las cenizas del primer amor. A Laforet le costaron los libros que no escribió.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Nieves Nieves

    Tristísimo y maravilloso artículo que he leído a través de Rosa Belmonte,muy admirada por mi. Carmen Laforet fue para mi generación una imagen rompedora, liberadora. La lei,Nada, muy joven,en la también triste y oscura dictadura y releí ya adulta,profesora y madre. La indiferencia,dureza ,de los privilegiados,de los fuertes, puede ser terrible.

  2. Anónimo Anónimo

    Gracias Nieves por tu testimonio y por tu lectura.
    Joana

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