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Cuando Jackie se puso los capri

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Jacqueline Onassis fue fotografiada desnuda el verano de 1971 en Skorpios, la isla privada del magnate griego. Cerca de una cabaña que Aristóteles Onassis hizo instalar en la playa para guardar las hamacas y ducharse, ella aparecía de pie, con su delgadez atlética, pechos pequeños, el triángulo púbico negro –entonces nadie se depilaba– y un excelente trasero a sus 43 años. El conjunto de las imágenes transmitía la seguridad de quien se siente a salvo en su cuerpo, a pesar de todo. El autor de la foto, que accedió hasta una orilla estratégica en una pequeña motora, teleobjetivo en ristre, fue el paparazzo Settimio Garritano, que desde 1969 hasta 1973 se pegó a su sombra. Garritano era un joven italiano de camisa abierta y mucho pelo que andaba con una cámara al cuello y otra en el hombro y aires de latin lover.

El desnudo se publicó en Playmen, un año y medio después. Lo alentó el hijo de Onassis, Alexander, que no la quería como madrastra. Se temía la reacción de su malhumorado padre, pero éste, impávido, declaró a la prensa: “Algunas veces tengo que desvestirme para ponerme el traje de baño. Mi mujer hace lo mismo”. No obstante, el puritanismo anglosajón tosió escandalosamente, después de la decepción por tan ruin matrimonio con un tipo feo y bajo que iba de cabaret en cabaret con aquella estampa. Contaba el periodista Douglas Thompson que Garritano acabó vendiendo los originales a Larry Flynt, quien valoró esa transacción como “la inversión más inteligente de mi vida”. A Jackie no debió desagradarle el resultado: le dedicó una copia a Andy Warhol, firmada como Jackie Montauk, su pseudónimo warholiano.

Acaso por ello, el paparazzo, lejos de ser considerado un traidor, siguió acompañando a Jackie en sus vacaciones anuales en Capri. Siempre pasaba un mínimo de quince días allí, donde se mezclaba con la gente, entraba y salía de las tiendas y amenizaba las fiestas en exquisitas villas. “En una ocasión me preguntó por qué la seguía siempre, y le respondí que porque ella era un mito, para mi y para todo el mundo. Me sonrío amablemente”, recordaría. Jackie en Capri es una unión deliciosa. Sus biógrafos la consideran su “etapa feliz”. Su imagen rejuvenecía cuando se quitaba el Chanel, las perlas y el sombrerito Pill-Box y se calzaba las sandalias. Sobre la cabeza, un Hermés anudado como nadie ha conseguido imitar, entre pirata y campesina. Puso de moda las gafas de pasta retro (bautizadas por las revistas de moda como Jakie O.) y se enfundó los pantalones capri, reinventados por la diseñadora de los 70, Sonja de Lennart. Aquel sensacional coqueteo entre la sencillez y la elegancia de Jacqueline hoy forma parte de los hitos de la moda. Dicen que fue una unión interesada, de canje: reputación por protección y dinero. A los Kennedy los mataban o se morían. En los documentos gráficos de la etapa caprese de Jacqueline aparece a menudo con su hijo, John John, tan ajeno a su fatal destino, sentados en unos escalones, ella acariciándole maternalmente el pelo. Pero entre todas las imágenes destaca una que transpira glamur y libertad: la llegada a una fiesta ataviada con vestido-túnica estampado, sonriente y descalza.

Capri es una isla llena de tiendas de sandalias caras pero únicas (Diana de Vreeland y Colette se vanagloriaban de haberlas exportado). En sus calles pequeñas y empinadas no pasan los Rolls Royce. En la Piazzeta conviven con normalidad las heladerías con las tiendas de Tod’s o Bulgari. Es un pueblo de pescadores de lujo tendido al mar tras unas cortinas de bruma. También es una isla idolatrada por los americanos ricos, maravillados por la bendición mediterránea y el espolón rocoso que sedimenta su leyenda desde tiempos de Homero. Azul cobalto, turquesa y blanco. Y una luz vaporosa.
Lleva recibiendo celebrities y artistas bohemios, jet set y revolucionarios desde finales del siglo XIX. John Singer Sargent firmó algunos exquisitos retratos de una de sus musas, Rosina Ferrara, en la década de 1870. Lenin y Gorki también disfrutaron, entre planes y discusiones, de sus ruinas, sus grutas y el espejo del mar. Más enamorados: Pablo Neruda, Orson Welles, Graham Greene, Jean-Paul Sartre, Elizabeth Taylor y Richard Burton, Valentino, Roman Polanski…

Jackie bajaba a beber una spremuta de limón a la Piazzetta, junto a su hermana Lee, seguida de cerca por Garritano. Misteriosas e inaccesibles, las hermanas eran una espléndido ejemplo de “geishas occidentales”, en palabras de Truman Capote. Gore Vidal la describió con mayor acidez: “Egoísta y convencida de su poder, Jackie era una presencia maliciosamente divertida”. Pero fue Charles de Gaulle el más intuitivo: “Es una mujer con coraje y muy bien educada. Respecto a su destino, no te equivoques: es una estrella y acabará en el yate de algún petrolero”. Un guardaespaldas de Kennedy confesó años más tarde que en su primer viaje oficial a Atenas, el presidente le dijo: “No deje que mi esposa se cruce con Aristóteles Onassis”.

Cuando Jacqueline enviudó por segunda vez, fue más Bouvier que nunca. Aprendió el oficio de editora, primero en Viking Press y después en Doubleday. Publicó a Michael Jackson, Diana Vreeland o Naguib Mahfuz. Y envejeció con discreción, como una neoyorquina elegante y flaca que no quería alardear de haber sobrevivido intensamente. La huella de aquellos veranos en Capri se convirtió en su relato más luminoso.

Hay iconos que, una vez instalados en el museo del imaginario colectivo, sólo cogen polvo, y otros que desafían al dicho: “No es el tiempo el que pasa, pasamos todos nosotros”. Jackie pertenece al selecto grupo de los que no pasan de moda.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Pato Pato

    El paparazzi Garritano colaboró en la revista editada en Barcelona El Hogar y la Moda en los 70

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