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El bostezo del mundo

El mundo también se divide entre quienes se aburren y quienes no conciben cómo la desgana puede envenenar las horas. Tantos libros por leer, tantos lugares por conocer, tantas realidades por descorchar. Uno de los adjetivos recurrentes en nuestro tiempo, que tanto vale para etiquetar no ya a individuos, sino a un vestido o a un modelo de teléfono, es divertido. La gente se dice: “Vayamos allí, que es un restaurante muy divertido”. Difícilmente se atreverían a decir lo contrario, claudicar frente a la curiosidad y, en su lugar, someterse a una especie de indolencia en la que aparentemente no ocurre nada, ni asomo del filo de novedad que nos engancha a fin de remover sensaciones, pero también conscientes de que sin el aguijón de lo que entretiene y recrea, atrae y arrastra, nos convertiríamos en zombis.

Los habitantes de los años 10 de este siglo hemos sido programados para saltar de un estímulo a otro con el objetivo de exiliar el tedio de nuestras vidas. Por ello, hoy poseemos el mayor caudal de comercio de ocio de la historia. Sofisticadas formas de captar la atención para romper rutinas, tan lejos de aquella idea burguesa de Proust: la costumbre es la única aliada de nuestro espíritu, que, sin ella, no lograría serenarse y buscaría continuamente un nuevo acomodo.

A pesar de que los centros comerciales hayan convertido las compras en un pasatiempo, de los parques temáticos y la pulsera del todo incluido, del florecimiento del ocio digital -que sólo en España movió casi 9.000 millones de euros el año pasado- y de la sobrevaloración de lo audaz, risueño y fresco -otro adjetivo que nos llena la boca-, nuestra sociedad nunca había bostezado tanto. Hace ya un siglo, el psicoanálisis atribuía las razones del hastío a los deseos inconscientes no cumplidos. Y la psicología moderna aseguró que se trataba de un desajuste entre nuestra necesidad de excitación y la falta de respuestas para satisfacerla.

Un exhaustivo estudio realizado por un grupo de psicólogos de la Universidad de York, en Canadá, lanza ahora una nueva hipótesis: el aburrimiento podría estar causado por un déficit de atención, y por tanto derivaría más de nuestra interacción con las circunstancias que de las circunstancias en sí mismas. Según otros investigadores, es precisamente al estar inmersos en el tedio cuando nuestra mente lleva a cabo de forma automática una actividad cerebral extraordinaria. Eso es, divagar. Nunca hubiéramos cuestionado que nuestra capacidad de concentración pudiera ser responsable del hastío vital, pero de algo nos ilustra: a menudo salimos de nosotros mismos esperando que un anzuelo nos atrape, en lugar de convertirnos nosotros en el anzuelo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

4 comentarios

  1. Hola Joana. Hemos publicado el enlace a tu artículo en WFL Xtreme: http://www.scoop.it/t/wfl-news Lo dejo para que quede constancia, y, de paso, decir que la “vagancia” (el dolce far` niente) tiene su punto y, como muy bien apuntan los sicólogos, puede abrir la puerta a la creatividad mas luminosa.
    Un abrazo(o dos).

  2. Mucha información: desinformación. Muchos estímulos: aburrimiento. La clave está también en esta vida virtual del todo que nos recluye con un teclado. Con lo rico que es el abrazo,el tocarse, el olerse y escuchar la risa del otro en vivo y en directo.

  3. Me ha encantado el artículo, por su sencillez y su finura narrativa. Toca un tema tan curioso como actual y lo hace de uan forma que a mi me ha resultado entrañable. Zorionak

  4. El Fary El Fary

    Blaise Pascal:
    .
    “«Todas las desdichas del hombre derivan del hecho de que no es capaz de estar sentado tranquilamente, solo, en una habitación»

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